La semana pasada, comiendo con un par de amigos, saqué del bolsillo de la camisa la libretita que siempre llevo conmigo para ir apuntando en ella cosas que quiero que no se las lleve el viento. Quería demostrarles que había pensado en un tema para desarrollar un texto en una revista virtual en la que colaboro y, a la vez, que era incapaz de descifrar lo que había escrito para recordarlo...
Una de las cosas que creo te hacen subrayar un libro es cuando descubres, sorprendido, que lo que lees podrías estar diciéndolo tú. Aunque quizás no sea tanto sorpresa como satisfacción por ver que el autor que has escogido leer piensa, acciona o reacciona igual que tú. Pues bien: me he reído de lo lindo subrayando cómo inicia Wim Wenders su introducción a este librito que no me resistí a comprar al verlo en una librería de Buenos Aires:
“Hay personas que son capaces de pensar con una enorme claridad. Otras, pensando no llegan muy lejos. Pierden el hilo a la vuelta de cada esquina y tienen que estar buscando todo el tiempo el punto de partida para saber qué era lo que querían decir. Yo soy una de esas. Sólo escribiendo puedo pensar las cosas hasta el final.
Las ideas van cobrando claridad a medida que veo las palabras escritas delante mío. (...) Si puedo ver lo que hace un instante no era más que pensamiento, la idea queda liberada, se transforma en la imagen escrita del proceso de reflexión y puede continuar pensándose hacia adelante.
Si escribo a mano es absolutamente imposible que surja una imagen. Esto se debe a mi caligrafía (...). Durante mucho tiempo fui apuntando mis sueños en medio de la noche, entredormido. Me forzaba a cumplir, aún sin despertar, con una disciplina que yo mismo me había impuesto. Pero por la mañana esos garabatos eran imposibles de descifrar. Su sentido se había volatizado, tal como sucede con los sueños, que con cada segundo que pasa después de amanecer se repliegan en la oscuridad (...).”
Debo decir que no sólo tuve mi época de anotador de sueños casi siempre con esos mismos resultados, sino que aún hoy en día me pasa lo mismo no cuando apunto un sueño a media noche, porque también he dejado de hacerlo, sino cuando acudo a la mencionada libretita, a oscuras, para registrar lo que me sugiere lo que acabo de ver en -y escuchar de- una pantalla de cine.
Mira por dónde, a partir de ahora Wenders, que me había perdido unos cuantos puntos de estima en los últimos tiempos, vuelve a gozar de mis simpatías.
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