Sólo por un milagro he podido entrar a la sesión de “L’estat turistic” (Ramon Faura, 2018) y la mesa redonda que sobre el estado del turismo en Barcelona que ha habido hoy en la Filmoteca: Entradas agotadas, lista de espera de treinta personas... Luego he pensado que ha sido un acto que quizás habría encontrado su espacio ideal de haber tenido lugar, por ejemplo, en el Teatro Principal, en medio de las Ramblas.
Era la proyección de un reportaje (que está, más largo y en otro orden, colgado en YouTube) con entrevistas a geógrafos, antropólogos, empresarios, políticos, hoteleros, representantes del mundo de los museos, espectáculos musicales o la restauración, miembros de instituciones públicas, asociaciones de vecinos, etc, clasificadas en unos veinte apartados más o menos evidentes sobre diferentes aspectos que envuelven al fenómeno, y separados por unas imágenes ralentizadas de unas Ramblas, la Boquería, un crucero,...totalmente masificados.
No hay grandes alardes de estilo en él. Quizás sólo esos ralentís de gente acompañadas de una música dinámica -Faura, además de arquitecto, se define como músico- y una pantalla blanca que inicialmente se prolonga mucho y que luego, supongo que metafóricamente, ha irradiado y servido de tono predominante en el plano fijo de los que hablan: el reportaje existe para conocer sus opiniones y declaraciones.
En el coloquio final ha habido un diagnóstico de base, que ha hecho Itziar González (“Mientras las calles se nos llenan, las casas se vacían; a día de hoy viven en los edificios de toda la Rambla únicamente 47 o 48 personas”), la declaración sobre la sorpresa ante el tono general de las declaraciones que ha efectuado José Antonio Donaire (“casi todos caracterizan la llegada del turismo como si se hubiera tratado de un tsunami inesperado y además, de forma inmediata se posicionan, a favor o en contra”) y, sobre todo, una serie de intervenciones que se han centrado en la propia definición de turista.
En este sentido, y aunque a mí, personalmente, me da la impresión de que se yerra el tiro enfocando principalmente al turista, me ha gustado una cierta unanimidad en querer abrir el objetivo de la mirada a ámbitos más amplios. Donaire ha insistido en que no se debe hablar de turistas, sino de población flotante de todo tipo, lo que abarca mucho más, ante lo que la ciudad deberá prepararse. Itziar González ha pergeñado el nombre de transturista, para definir al turista que, politizado, no identificado como turista, ya no entrará, en su sueño, por el tubo que marca para él el sistema, y ha planteado también, como estrategia, esa apertura de objetivo, haciendo entrar en el mismo saco a inmigrantes y gente de todo tipo que no duerme en Barcelona, ahora mismo, bajo techo, para lograr así que se intervenga, ante la magnitud del tema, en busca de soluciones.
Ha estado bien también Ramon Faura en su intervención final, viniendo a decir que se debería dejar de buscar soluciones para temas como el turismo. Que bastaría ir buscando la de hechos concretos: sueldos misérrimos, salud, y todo iría cayendo por su propio peso.
Viendo la mezcolanza de personas que dicen la suya en el reportaje, me he dado cuenta de que, en el fondo, se pueden dividir en dos tipos: los que ven (y actúan sobre) la ciudad como un espacio del que sacar rendimiento y los que intentan paliar los conflictos ocasionados por los primeros, buscando preservarla como un espacio aún vivible. He pensado entonces en Itziar González, acostumbrada a escuchar a todos los agentes en un conflicto y siempre dispuesta a lograr un punto de encuentro entre las voluntades de todos, y elucubrado que, en este caso, era imposible lograr un consenso entre ambos frentes, el que es expresión del sistema económico imperante y el de los que querrían vivir fuera de esa presión.
Me ha gustado, no obstante, lo que ella ha dicho al respecto de cómo se ha actuado y lo que ha resultado del proyecto sobre las Ramblas en el que se vio recientemente involucrada. Abrieron todas las cartas, recabaron información a todos los agentes, incluidos los que estamos pensando. Y aquí viene la explicación final: poniéndolo todo sobre la mesa, exponiendo a la luz hasta a las bacterias, éstas se han dicho a sí mismas que quizás había llegado el momento de irse a actuar en otro lugar, fuera de los focos.
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