Pierre Blaise, Aurore Clement y Louis Malle durante el rodaje de una escena del film. Hoy sólo ella nos lo podría explicar. |
Cada vez me extraño más y más del funcionamiento de la memoria. Quizás esté bien hablar de esto tras haber visto anoche, después de mucho tiempo de sus visiones anteriores, una película, "Lacombe Lucien" (Louis Malle, 1974), escrita precisamente por Patrick Modiano...
No iba a hacer una entrada de ella, porque no me resultó por completo. Marcos Ordóñez leyó una larga pero excelente introducción, llena de derivaciones, tanto de Louis Malle (del que dijo que quizás no era del todo apreciado porque "se limitaba a querer hacer cine") como de Modiano. En ella apareció una y otra vez ese mundo -aunque no lo recalcó medio perdido en unas brumas que de tanto en tanto se despejan- de la memoria de la ocupación, con gente que se sabe condenada, sin futuro, pero que hacen como si eso no fuera así, viviendo en un entorno irreal que se construyen.
Pasadas las escenas iniciales, de presentación del personaje, me giré hacia mis acompañantes en las butacas de la Filmoteca, haciéndoles ese gesto del pulgar, firme, saliendo hacia arriba del puño: ¡Nos iba a gustar! No puede hacerse una secuencia que presente, de una forma más sensorial, la situación de ese muchacho rudo, burdo, que trabaja limpiando un asilo de ancianos, mostrándolo medio salvaje, como ese pajarillo al que mata de una pedrada gracias a su artesanal tirachinas (la cámara luego aproximándose a él a través de una ventana), como un bicho más de los que pululan entre esa vegetación que crepita al mecerse por el viento cuando hace su recorrido en bicicleta hasta la casa de campo donde trabajan sus padres.
El recorrido de Lucien en su vieja bicicleta, fundiéndolo con su entorno. |
Sólo vuelve a cazarse esa simbiosis con la naturaleza al final de todo el film, cuando en unas escenas que sí se recuerdan siempre -quizás no con todo su detalle, pero indudablemente si su ambiente- parece que puedan realmente vivir de otra forma, en otro mundo, sencillo pero medio paradisíaco, ahí suspendido.
Pero por el medio, en todo el meollo, se extiende (mucho: 140 minutos que, además, desconocíamos y no esperábamos al iniciar su visión) toda esa trama de la progresiva implicación de Lucien en un grupo de franceses nazis, que colabora en la policía alemana con los ocupantes. Un mundo que tiene su principal escenario en ese hotel tan literario, ubicado en un palacete, donde se vive alocadamente -esas sofisticadas fiestas- y se tortura.
Había visto la película dos o tres veces en los setenta, quizás la última en los primeros ochenta. Incluso recuerdo haberla programado en un cineclub que llevaba en el pueblo donde veraneaba. Pero fue anoche cuando me di cuenta de que no era una película que pudiera considerarse en la época una película "normal", como la consideraba entonces. Es decir: una película que destacaba por lo bien hecha, pero con una trama y lenguaje que pudiera pasar por el del momento. Presenta, desde luego, una forma especial. Todo ese juego de personajes modianescos y sus situaciones están mostrados de una manera ligeramente teatral. Los silencios, el ambiente, se respira mucho más que en un "polar" del momento...
Marcos Ordóñez, parsimonioso, preparándose para la lectura de sus papeles. Él fue quien me dio a conocer, en los setenta, a Modiano. |
Y vamos a lo de la memoria. Salvo algo más de las escenas finales y la notable presencia de Aurore Clement no recordaba casi nada de la película, salvedad hecha de su argumento general. Tenía presente, eso sí, unas cuantas imágenes, supongo que mantenidas en la memoria por las fotografías que suelen acompañar cualquier evocación del film: Lucien con un pajarillo en sus manos, con una ametralladora colgada de su hombro y dispuesto a dispararla, recibiendo de su madre un ataúd negro miniatura, tallado por alguien que quiere matarlo. También me sorprendí viendo venir, además de estas imágenes que ya tenía por ahí guardadas, alguna acción concreta: él usando la metralleta, el descubrimiento de unas víctimas, un denunciado mirando con ojos acusadores, la dignidad de la vieja madre de un aristócrata sastre judío,... Tenemos las cosas ahí guardadas, pero listas a salir de su escondrijo cuando algo las llame a capítulo.
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