domingo, 27 de enero de 2019

Gabriel over the White House


Una película para mi desconocida de Gregory La Cava -lo que es decir palabras mayores- en Filmin. Tengo a ese director como uno de los más finos y elegantes creadores de la comedia americana, por lo que la tentación de verla anoche era muy fuerte...
“El despertar de una nación” (“Gabriel over the White House”, 1933) empieza como una comedia, con una sucesión de planos que a un ritmo inusitado presenta muy ágil y convincentemente una situación muy concreta desde un insólito punto de vista interno, al que no se suele tener acceso: Hudson Hammond acaba de ser elegido presidente de los Estados Unidos y lo celebra en La Casa Blanca con todos ls senadores y quienes le han llevado a esa victoria. Cuando se despide de todos salvo del servicio y los nuevos secretarios, él, soltero, sin saber aún muy bien que hacer con ese juguete nuevo que le ha caído entre manos, se dispone a pasar la primera noche en su nueva residencia.
Todo promete, pues, situaciones insólitas, un elemento esencial para la comedia. La reveladora rueda de prensa del día siguiente y su “escandaloso” comportamiento personal, ajeno al sufrimiento de cantidad de gente en plena depresión, combinado con el título español de la película, ya te avisa de que la cosa, en realidad, va a ir de proclama patriótico-buenista extrema, y que él -aunque Walter Huston no dé en absoluto la imagen que daba un James Steward o Gary Cooper para provocar en sus películas esa ola de identificación admirada- va a dar en su comportamiento un giro copernicano.
Efectivamente algo extraordinario pasa (ese Gabriel del título original, aunque incorpóreo, visibilizado únicamente por una racha de aire que mueve la cortina de la ventana de su habitación entrando en La Casa Blanca, debe ser el Arcángel San Gabriel) y ese giro tiene casi inmediatamente lugar, pero lo que sigue a continuación es, si cabe, por los métodos que utiliza el nuevo presidente para obtener las cosas, aún más sorprendente que todo el principio. Parece ser toda una diabólica trampa, puesto que parece apoyar hasta el absurdo eso de que el fin justifica los medios y nunca sabes si esa sucesión de escenas están puestas ahí por convicción o para efectuar un nuevo giro radical y ofrecer una lección moral completa.
Si no se conoce, yo daría pasos por verla, porque está rodada y montada la mar de bien, vas de asombro en asombro sin saber qué creerte en cuanto a última intención y, cuando aparece el fin, te deja lleno de un enorme desconcierto, no sabiendo decidir qué extraño OVNI es ese que has visto.

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