domingo, 13 de enero de 2019

El último


¿Cómo hacer visible el sonido en una película muda? Desde que me lo plantearon, diciéndome que un método quedaba evidente en “El último” (Murnau, 1924), no puedo dejar de apreciar la maestría del resultado al ver la escena. Hoy, en sesión para la Asociación Nusos con música compuesta y tocada en directo al piano por Joan Pineda, he tenido una nueva ocasión de comprobarlo.
El protagonista del film, el portero del gran hotel, está en su casa, celebrando la fiesta de la boda de su hija. Un par de músicos llegan al patio de su edificio y se ponen a tocar. Murnau (mediante un complejo sistema que aparece dibujado en el libro de Berriatúa, a base de redes con las que se puede mover combinando tres direcciones la cámara) consigue hacernos sentir el sonido ascendente que sale de la trompa de uno de ellos, llega hasta la altura de la habitación donde se encuentra, atraviesa el vidrio de su ventana y le hace -medio borracho- bailar, evolucionando a su ritmo.
Hay otra escena, menos complicada, que sigue el mismo procedimiento. La vecina cotilla corre a vocear una indiscreta noticia a la vecina de enfrente, que acaba de abrir su ventana: La cámara, suspendida de vete a saber qué artilugio, se desplaza de forma sinuosa pero acelerada desde la primera vecina hasta la boca, en primerísimo plano, de la segunda.
Es sólo un detalle entresacado de entre otros muchos que se podrían sacar de una película que muestra metafóricamente la caída del viejo régimen en la convulsa Alemania, el poderío de un país y unas ciudades que se estaban encargando de emular a la modernidad de un Nueva York o la diferencia de clases y comportamientos entre los clientes de un gran hotel y sus sirvientes.
Poco después, viendo el poderío visual de películas como ésta, los americanos llamaron a Murnau a hacer allí sus películas. Pocos como él dominaban el lenguaje del cine y supieron rodearse de artistas tan grandes que cubrieran todas las áreas necesarias para la construcción de una película.

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