miércoles, 25 de julio de 2018

Sueños

El caballero y la joven modelo.
Aunque se vaya adelante y atrás en el tiempo en el ciclo Bergman de la Filmoteca, cuando lo idóneo habría sido recorrer todas sus películas por un estricto orden cronológico, algo tiene de hipnótico el ir asistiendo con tanta frecuencia a las proyecciones de sus diferentes obras. Anoche le tocó el turno a la hermosa "Sueños" (1955), si bien a estas alturas ya sabemos que lo hermoso se mezcla en Bergman ineludiblemente con lo ciertamente amargo. Como la vida misma.
Tiene un arranque, la película, que es en sí un pequeño "tour de force" de quien se debía sentir ya dominador del medio. Una serie de planos se van turnando en una secuencia engarzada únicamente por el sonido. És éste el de un reloj que tiene mucho de metrónomo, quizás el que marca los tiempos para el relevado de una fotografía -de unos labios- en un laboratorio.
El mundo en el que se centra la película será el de una agencia de modelos y, más concretamente, el de la propietaria de la misma -Eva Dalhbeck, una mujer que ha sido abandonada por su amante, un hombre casado- y su principal modelo- una joven y resplandeciente Harriet Andersson, enamorada de un estudiante y que se deja agasajar por un caballero, interpretado espléndidamente por Gunnar Björnstrand, que aprecia en ella el enorme parecido con lo que fue en tiempos su mujer-.
En la montaña rusa. Ella, disfrutando de lo lindo. Él, temeroso, maldiciendose en dónde se mete.
Unas divertidísimas escenas en un parque de atracciones al que Gunnar Björnstrand es arrastrado por Harriet Andersson, nos hacen temer, pensando en que estamos viendo un Bergman, que en poco tiempo esa alegría se trocará en tristeza, como luego sucede. Ya en planos anteriores, la felicidad de la atípica pareja notabas que se veía amenazada por un entorno (las dependientas de la tienda de modas, el joyero) que mostraban si no su hostilidad sí al menos su desaprobación por la situación.
En la tienda de modas, los rostros hostiles, desaprobadores, de las dependientas.
Del sueño del personaje de Harriet Andersson, mostrado como un relato de cambio de siglo XIX al XX, que casi se ve totalmente realizado hasta que cae por los suelos, sabemos que ella se recuperará en poco tiempo. Más áspero es el otro sueño que ya se veía difícilmente exitoso: ese reencuentro con su antiguo amante por parte de la sofisticada propietaria de la agencia de modelos.
La directora de la agencia, su voluble amante y su mujer.
De lo que estoy convencido es del terrible mono que me va a asaltar cuando acabe el ciclo y ya no se anuncien nuevos Bergman a poder ver en condiciones. De la visión de todas estas películas, aunque en bastantes casos no se trata de la primera, sales con una mochila impagable. En ocasiones esa mochila consiste en unas cuantas claves, entre la ternura y la dureza, sobre la naturaleza humana. En otras se acaba de llenar con alguna que otra lección cinematográfica. Pondré un ejemplo de esta misma película. Estoy buscando utilizaciones ejemplares de las sombras en el cine, y una de ellas la he encontrado en las escenas del trayecto del tren que lleva a las dos protagonistas hasta Gotemburgo. La amante abandonada no sabe si podrá resistir su pena y hasta pasa por su cabeza la idea del suicidio. La cámara nos va enseñando alternativamente un plano de la palanca de abrir y otra de la de cerrar... una puerta que daría paso al vacío exterior del convoy. Para evidenciar el dilema en que se encuentra, esos planos subjetivos que corresponden sin ninguna duda a su mirada se intercalan con el rostro de ella: Una parte de su cara, con un ojo, permanece iluminada, la otra en una total oscuridad.
Iniciándose la escena del tren, indicando el dilema entre la luz, la vida, y el mundo de las sombras.

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