Por lo que he ido viendo no me resulta nada agradable el humor sueco y ayer noche maldita la gracia que me hicieron las escenas caricaturescas, como de vodevil con música burlesca acompañante, de "Sonrisas de una noche de verano" (Ingmar Bergman, 1955), también pasada en la Filmoteca en el extenso ciclo dedicado al cineasta.
En ese ambiente y con ese tono tan agradecido por la parroquia, a tenor de las risas que se iban escuchando continuamente, respondiendo a las forzadas situaciones y a los provocadores, exagerados juegos de los diálogos, ¿qué poder guardar en el recuerdo de la película? Yo lo tengo claro: lo que en ella se sale de ese esquema, vencido por la inocencia, la falta de artificio de sus personajes más jóvenes, ese trío de la foto más apaisada.
Primero esa escena en la que los personajes de Ulla Jacobsson y Harriet Andersson (la otra foto), señora y criada en la ficción, pero llevadas a la complicidad por su pareja edad, se dejan llevar espontáneamente por un más que natural regocijo ante las circunstancias que observan por su alrededor, por mucho que directamente les afecten. Al final, en esa atolondrada y feliz fuga entre la primera y el joven pastor, despertando ambos, ellos que pueden, a la vida.
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