Esta sesión fotográfica previa a la presentación de "Norte. The end of history" y todo el ciclo de cinco películas de Lav Díaz en la Filmoteca nos aporta unos cuantos elementos de interés, de entre los que destacaría éstos:
- Un primero es que la gente no distinguía a Albert Serra y es que, ciertamente, parece haber abandonado, posiblemente debido a la extrema climatología, sus tradicionales blazers cruzados.
- Un segundo que se deduce, pensando en el cambio respecto a, digamos, diez años atrás, es la tremenda introducción que han tenido las bermudas en nuestro entorno. Lo más curioso es que posiblemente uno, al pensar en Filipinas hace esos diez años, podría haber pensado en sus habitantes vistiendo alguna de estas prendas. Pero precisamente el filipino del grupo (bueno, también el director de la Filmoteca, aunque puede que fuera por respeto a sus deberes institucionales) lleva pantalones que llegan hasta los pies.
- Una tercera deducción de la observación de la escena es que el protagonista de la sesión, Lav Díaz, tiene el culo pelado (en catalán se emplea mucho eso de "el cul pelat", que ahora pienso que quizás suene raro en castellano) de estas situaciones: Mantenía inalterable, sin variar un ápice, su cara "fotogénica" mientras el fotógrafo (el gran Óscar Fernández Orengo, que ya debe ser actualmente el fotógrafo con más retratos realizados -¡y qué retratos!-sobre realizadores de cine del mundo entero, porque va cruzando fronteras) interrumpía un momento su trabajo y preparaba esto o aquello.
Esteve Riambau había preparado la sesión, que entra por primera vez a formar parte del Festival Grec, concienzudamente. Antes del más corto de los largometrajes de Lav Díaz (240 minutos), había previsto un diálogo de 45 minutos entre el realizador filipino y Albert Serra, el realizador catalán al que también le da de tanto en tanto por metrajes maratonianos. Así empezó la cosa, cuando les preguntó a ambos de dónde venía su mutua complicidad y Díaz respondió que de un "coup de foudre" en un festival de Locarno de hace cinco años, en el que él hacía de jurado y Albert Serra entraba en competición con "Historia de la meva mort". Lav se ha vanagloriado de su victorioso combate contra dos jurados que odiaban la película, pues le consiguió el Leopardo de Oro.
Después de esto, sin embargo, se acabó el diálogo entre los dos cineastas sobre su trabajo respectivo y todo se ha reducido a Albert Serra alabando el cine de Lav Díaz, (partiendo -eso sí- de su propia experiencia como realizador) y el filipino respondiendo.
Lo que más sugerente me ha parecido, como desconocedor de la obra de Díaz, es lo que ha señalado Serra sobre la extrema sencillez de su cine pero, sin embargo, que se descubre siempre en cada una de sus escenas un misterio interior. Puede ser sólo un rostro, pero ahí está, lejos de todo cliché. Y que, aparte del acercamiento naturalista, de esa cámara clavada o siguiendo a un personaje, le pone todo de cosas adicionales, políticas, etnológicas, psicológicos, etc. A veces ("Melancolía") cosas malsanas.
Para los anales y descifrado por nuevos espectadores del cine de Lav Díaz dejaré también escrito por aquí las razones de por qué rueda con una única cámara y en una sola toma (que ese procedimiento le parece el más honesto). Las duraciones de sus films las ha justificado Serra (a lo mejor estaba hablando también de sí mismo...) en que es el secreto para que el espectador, con todo ese tiempo por el medio, pueda ir captando la psicología de un personaje. Cuando ha justificado el blanco y negro (que no está, precisamente, en "Norte") ha mostrado un cierto punto romántico, señalando que su cine habla de la realidad, pero su cine es también otra realidad y esa es en blanco y negro, porque para él el cine es en blanco y negro.
Poco más sobre el coloquio previo. Quizás sólo añadir que ambos coinciden, además de en la longitud de sus films, en que son de esas personas que hablan en inglés trufándolo todo de "You know".
Sobre la sesión, la primera sorpresa nada más empezar la película. Donde yo me pensaba encontrar con una realidad étnica profunda, encuentro nada menos que una cafetería moderna y sofisticada en la que tiene lugar una conversación sobre postpolítica y filosofía política entre tres personajes. Luego, en vez de un ajustado cuadro en blanco y negro, una pantalla panorámica que llega casi hasta las paredes laterales de la sala. En general son planos de cámara fija, centrada, que deja ver y oír, por ejemplo, las conversaciones políticas, bastante desenfadadas y entre risas, de unos jóvenes. No está mal, me digo, aunque no me caigan muy bien las risas de alguno de ellos.
En vez de colocarme centrado en una fila delantera, para empaparme de película, previsor ante lo que pudiera ser, me he sentado en un sitio más lejano a la pantalla, en el que se pueden estirar bien las piernas y emprender, sin perturbar mucho al resto de espectadores, la huida. Me había dado 45 minutos de margen para hacerlo. Cuando ya pasaba media hora, sin que me agobiara especialmente la película, he empezado a mirar el reloj y a hacer cálculos. Poco después me he levantado y me he ido. Pero no se juzgue por ello el film: creo que he sido el primero en hacerlo. A mi favor: No he visto en el trozo visto el misterio ese del que hablaba Serra y no me creo que sean precisos esos tan abultados metrajes, que te roban de la posibilidad de otras cosas.
No es que tuviera hoy precisamente grandes posibilidades de utilizar el tiempo economizado al salirme de la sesión en actividades exultantes pero, qué quieres que te diga: uno ya es mayor y debe mirar de aprovechar las oportunidades de la vida de la manera que le pueda ser lo más satisfactoria posible.
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