A mí que no me vengan con cuentos. Hasta que no se pueda ver habitualmente en un canal público de televisión entrevistas como la que le hizo en 2007 Xavier Juncosa al cineasta Ermanno Olmi, que hoy se ha pasado en la Filmoteca, no podremos hablar de que vivimos en una sociedad normalizada, preocupada por el fomento de la cultura.
Vamos a decir las cosas. El caso de Xavier Juncosa es sintomático. Periodista cultural (en el Quadern de El País aparecían unos amplios y muy interesantes artículos suyos, sumamente documentados, sobre diferentes historias de la ciudad o del país), historiador y, sobre todo, cineasta. Pues bien. Escribamos su nombre en el buscador de una web sobre cine como Filmaffinity: no aparecerá el registro de ninguna de las películas que ha realizado y, sin embargo, éstas superan el centenar. Entre ese centenar largo de películas, además, están unos cuantos documentales sobre los grandes nombres de nuestra cultura, algunos magníficos, como el correspondiente a la Integral Manuel Sacristán (2007; que puede ser visto como un auténtico Who is Who en este campo por nuestros lares), los dedicados a escritores algo marginados de estudio pese a ser miembros de los grupos más alabados (Costafreda o Ferran) o bien los dedicados a cineastas de la talla de Pasolini. Y, sin embargo, apenas circulan y es muy difícil verlos ¿Sociedad culturalmente normalizada, decimos?
En la presentación de la sesión, Juncosa ha aclarado en seguida que "L'Albero delle parole. Ermano Olmi a Barcelona" (2008) no es un documental, sino una entrevista de entre las muchas que ha hecho en su vida. En este caso vio que tenía mucha consistencia per se y, en vez de guardársela como documentación personal, la editó y presentó como película.
Corresponde a la venida de Ermanno Olmi a Barcelona en noviembre de 2007 para presentar la película que acababa de realizar ("Cien clavos") pero, sobre todo, para participar en el seminario "Cine y Teología", que tuvo lugar precisamente en el Seminario de la calle Diputación. Allí fue donde Xavier Juncosa, como otros muchos periodistas de la prensa local, acudió a entrevistarlo. Se encontró, después de que hubiera respondido previamente a una enorme cantidad de repetidas preguntas insustanciales, con un Olmi cansado que, siendo el último de la jornada, le recibió con una angustiosa pregunta sobre su entrevista: "¿Será corta?
La primera pregunta que le hizo entonces Juncosa, sin embargo, cambió todo el panorama: fue sobre su padre. Ahí empieza el documental / entrevista: Se ve a un Olmi infinitamente sorprendido y satisfecho por la pregunta, respondiendo, efectivamente, sobre la importancia de su padre y familia sobre su vida. A partir de ahí todo fue sobre ruedas y, pese a la notoria hostilidad del entorno, con un cura que va abriendo la puerta constantemente, para ver si ya ha acabado esa murga, la entrevista se prolongó no sólo ese día, sino también el siguiente, por petición expresa del realizador italiano.
La pregunta sobre su padre y familia le lleva a hablar de sus orígenes, en una realidad metropolitana (las afueras de Milán) pero con contacto con el mundo campesino de sus abuelos, con los que acudía de niño a hacer sus vacaciones. Luego explicará cómo esos antecedentes le hacen crear dos películas que, sin ser del todo autobiográficas, hablan de una música que tiene muy interiorizada: "Il posto" (1961) y "El árbol de los zuecos" (1978)
Tras esta introducción, esta base general, habla luego de cómo captó la realidad del Renacimiento a través de la pintura para trasmitir con una historia de entonces una idea contra las armas de hoy en día (Il mestiere delle armi, 2001). Entra más tarde en una serie de explicaciones impagables sobre la naturaleza del cine que hacía, diciendo que aplicaba esa posibilidad, con la que sólo cuenta el cine, de explicar una historia haciéndola interpretar por gente de la región y rodándola ahí: Conviene utilizar esos elementos diferenciados porque, si estamos homogeneizados, ¿de qué hablamos? -explica, echando un dardo envenenado a esos "intelectuales que no han vivido nada", refiriéndose a un Moravia que no ha trabajado en el campo y, en cambio, se ve capacitado para hablar de él-.
No sólo eso. Las preguntas de Juncosa sobre su relación con sus amigos Rossellini y Pasolini le llevan a decir dos frases que casi fulminaron de emoción al entrevistador, viéndose identificado plenamente. En una, hablando del primer Rossellini, valora la riqueza de la pobreza que impone la marginalidad. La otra viene a explicar que es la propia pobreza de medios la que impone la esencia, ir directamente a ella.
Los momentos más emotivos de la entrevista, sin embargo, se dan por su final. Hombre religioso entrevistado por un apóstata, es impresionante como explica el final de su "La leyenda del santo bebedor" (1988), tras su definición del perdón como esencia del cristianismo, diferenciándolo así del judaísmo. Esa niña que le dice al bebedor que no ve nada de que perdonarle porque lo ha dado todo a sus amigos tiene su correlato con una frase que Olmi dice poco más tarde, cuando Juncosa le pregunta sobre su postura ante la muerte ("Al presentarme ante esa figura con barbas y largos cabellos no pronunciaré ninguna oración, sino el nombre de mis amigos") y esa confesión (él mismo con lágrimas en sus ojos) de su casi pérdida de fe cuando, en el hospital, sufriendo unos terribles dolores, expresaba a un sacerdote su infinita predilección, antes que por Dios, por su mujer, que en esos momentos tenía siempre ahí al lado, dándole la mano. Cuando él expresó su deseo de morir ante tanto dolor, fue su mujer la que le hizo resistir: "¿Si tú mueres, yo qué voy a hacer? Así acaba la entrevista y el film.
(La foto de Ermanno Olmi, aparecida en la página Indiewire , es de Flavio Lo Scalzo)
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