Puedes sentirte más o menos concernido por el tema de una u otra de sus películas, pero te das cuenta de que Ingmar Bergman era un auténtico gigante. Bastará pensar en una única escena de "Como en un espejo" (1961), que ha pasado hoy por la Filmoteca:
Karin (sí: otra Karin más en la obra de Bergman, ésta interpretada por Harriet Andersson) se desvela. Se levanta de la cama y recorre de madrugada la casa, en un sepulcral silencio, sin música de acompañamiento, sólo los ruidos del crujir de las maderas del piso a su paso y una lejana sirena de barco que quizás acentúa un punto más esa sensación de aislamiento que desprende desde el principio la película. Entra en una habitación fotografiada por Sven Nykvist, en la que destaca una ventana. Karen se recuesta en una pared casi envuelta en los dibujos del papel pintado y los reflejos que se cuelan por la ventana, oyendo unas voces que nos dan cuenta de su real y penoso estado mental. A todas éstas, desde tu butaca ibas notando la absoluta atención con que el público, que abarrotaba la sala grande de la Filmoteca, seguía todo ello. ¿No es eso un auténtico milagro?
Es verdad que una escena previa, sin tanta perfección técnica, al menos a mí me alcanza mucho más. Gunnar Björnstrand acaba de regresar de Suiza. Prepara una cena al aire libre para sus hijos. Cuando van a empezar a comer, los hijos averiguan que su estancia será pasajera, ya que volverá a marcharse, en este caso a Yugoslavia. La felicidad del momento se atenúa y, para disimular, él decide repartir los regalos que ha traído consigo. Mientras los están abriendo, se excusa diciendo que va a buscar algo y entra en la casa donde, insatisfecho de sí mismo y de su continua huída, prorrumpe en unos desconsolados sollozos. Si consigo mantener mínimamente la sensación de carne de gallina que me produce al recordar este momento, escribiré uno de esos pequeños artículos de "Casi lloré..." para "La Charca", a ver si la sé trasmitir.
Al inicio vemos que Bergman incluye una dedicatoria: "A Käbi, mi esposa". Lo recordé rápidamente cuando Gunnar Björnstrand, el escritor, se confiesa a Max von Sydow lamentando la cantidad de ocasiones en las que el amor ha debido dejar sitio al trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario