domingo, 15 de julio de 2018

Fresas salvajes

No es que "Fresas salvajes" (Ingmar Bergman, 1957) pase la prueba del algodón que es su revisión (ayer) en la sala grande de la Filmoteca. Es que la supera de largo, con magnífica nota. Todas sus evocaciones me provocaron sólidas emociones, cada una de ellas apuntando al tipo de ellas a las que apunta, a la vez que apelando en tu cabeza a variadas películas posteriores, también inscritas en la historia del cine. Vamos a unas cuantas de ellas:
Foto 1: El viejo profesor escribe en su diario. En su mesa, esas fotografías que llevan al recuerdo.
El narrador -un muy convincente Víctor Sjöström de la misma edad que su protagonista, en su último papel como actor- que escribe en su despacho (foto 1) su diario -con una panorámica que al ritmo del tic tac del reloj acaba en unas fotos familiares: un recurso muy Bergman, luego también ampliamente utilizado por muchos cineastas, llevándome a mí ipso facto al primer Saura- y que nos empieza a explicar sus reacciones y el largo día que empleará en recorrer la Suecia de su juventud en coche para, en la Universidad de Lund, recibir un homenaje tras cumplir 50 años en ella.
Foto 2; Así empieza el sueño inicial del film, con ese reloj sin agujas y la banda sonora sólo filtrando penetrantes ruidos, que aterran.
El famoso sueño inicial (foto 2), seco y con imágenes contrastadas, acentuando el silencio imperante borrando de la banda sonora todo lo que no sean los ruidos que quieren resaltarse, con esos relojes que ya no marcan la hora y esa contemplación del propio entierro.
La presencia de humor sin caricatura, como el de toda la relación con su vieja criada, que obedece a una magnífica observación de las cosas del mundo.
Foto 3: Encuentros en la tercera fase. El personaje de hoy con los de sus recuerdos de juventud.
La inmersión, con su cuerpo de 78 años (foto 3), en las imágenes veraniegas de su juventud. Y vuelta a Saura, con su "Mi prima Angélica".
La rememorada fiesta familiar finisecular estival junto al lago, con sus cánticos, que tanto recuerda a la navideña que posteriormente inicia "Fanny y Alexander".
Foto 4: En el coche diligencia, con el matrimonio que no hace más que lanzarse ásperas acusaciones.
El humor y contraste intergeneracional en ese auto repleto de ocasionales compañeros de viaje, con el episodio del matrimonio en continuas ásperas discusiones (foto 4) que rápidamente me llevó a "Dos en la carretera".
Foto 5: La idílica sobremesa.
La idílica conversación de sobremesa (foto 5) que lleva tanto a buenas películas con base en conversaciones como a (escasos: ¡ay!) momentos personales. Con el recitado -pasando la voz de uno a otro comensales- de este poema:
"¿Dónde está el amigo que busco por doquiera?
Cuando apunta el día mi inquietud
también aumenta, cuando el día muere lo busco todavía.
Aunque el corazón me abraza
yo voy siguiendo sus huellas
en cualquier brote de vida,
el aroma de la flor,
la esbeltez de la espina,
en el suspiro que lanzo
y en el aire que respiro
está presente su amor
y oigo cantar su voz en el viento…"

La somnolencia que se apodera de los participantes en el viaje, mientras el rasgado de una guitarra por parte de uno de los jóvenes autoestopistas acompaña (como en tantos westerns...).
El desasosiego causado por otros sueños, para ir convenciendo al profesor, como comenta a su nuera, de que "está muerto, aunque esté vivo".
Para mí una película inmensa, con esa habilidad de Bergman para señalar a cuchillo las miserias humanas (aquí, entre otras, el egoísmo del viejo profesor), sin dejar por ello de aportar también unas grandes dosis de ternura.
Ésta de propina. Todo Bergman en ella.

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