Me resultan muy atractivos, aunque no sean cinematográficamente nada del otro mundo, los documentales que existen sobre la vida de Ingmar Bergman en la isla de Faro. Así las cosas, poder ver qué explica él mismo sobre la isla me ha llevado esta tarde a ver en la Filmoteca, sin querer perdérmela por nada del mundo, "Farödokument" (Ingmar Bergman, 1970), según dicen el primer documental del director de cine.
Viendo su inicio, la primera impresión que sacas es que tiene prisa en dar una serie de datos sobre la isla (situación, habitantes, etc) para sacárselos de encima. Justo a continuación, sorprende su implicación con los entrevistados, como la granjera de la foto. Se coloca enfrente de ella y se interesa por su rutina diaria. Al poco tiempo, la sintonía es total y ella le habla hasta de su padre, de quien Bergman inserta una vieja fotografía.
Pero se trata de Bergman y ya sabemos que en sus películas, tras luminosos aspectos humanos, nos hace ver otros de una dureza inusitada. Haciendo la exploración de una vida ganadera en retroceso, llega una secuencia, quizás deudora de esos años, en la que vemos cómo desangran y despellejan un cordero. La secuencia, que se hace eterna, está compuesta de sucesivos primeros planos que muestran al detalle todo el proceso. Aún no sé si le mueve el interés científico, registrar una práctica artesanal en vías de desaparición, o bien es simplemente que muestra ese lado cruel que todas sus películas, en mayor o menor grado, exhiben.
El documental presenta unas entrevistas en blanco y negro, que parecen más antiguas, con escenas en color que dirías rodadas más recientemente. Los entrevistados se lamentan de un futuro que tanto por las medidas racionalizadoras gubernamentales como por la llegada del turismo ven que va a hacer peligrar o desaparecer sus trabajos. Un Bergman muy concienciado contra las medidas del gobierno (él mismo, hay que recordar, se marchó pocos años después de su país, disconforme con las medidas fiscales en contra suyo), recoge las quejas de uno y otro habitante y acaba por sentenciar que, dado que no se satisfacen todos los deseos que van indicando los entrevistados (un puente, mantener la escuela, proteger la pesca y la ganadería familiar,...), eso no es una sociedad democrática.
En un momento dado, unas escenas en color nos muestran los numerosos partos que tienen lugar en un rebaño de ovejas. Sin ayuda humana de ningún tipo, las ovejas parturientas van soltando por el campo, envueltas en una espesa gelatina, a sus correspondientes crías. Alguna lame cuidadosamente a su cría recién nacida. Pero la gran mayoría las llevan medio colgando o hasta parecen abandonarlas por ahí, como si esparcieran abono por el terreno, no apreciándose bien si vivas o muertas. A la salida nos cuestionábamos si no sería todo eso un discurso muy de Bergman sobre la actitud de las madres, como se desprende en sus largometrajes de ficción. No en vano, antes de otra escena en un autocar para escolares acompañada de una música "para jóvenes", dedica otro bloque de su película a diferentes aspectos religiosos de la comunidad. Otro tema que le ha absorbido de forma extrema en años previos.
Diez años después rodó otro documental sobre Faro, que también se pasará en el ciclo de la Filmoteca. Veremos qué cambios registra en estos diez años, al tiempo que queda la incógnita de si va a hablar también de su aislada vida en la isla, en medio de ese pedregal que tanto aparece en sus películas.
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