jueves, 12 de julio de 2018

La carreta fantasma


En mi juventud el pequeño Diccionario de Georges Sadoul fue una pieza esencial. Buscaba en él las grandes películas de los mejores directores y acumulaba ganas de verlas. Tras hacerlo, releía la nota que Sadoul les había dedicado, solía coincidir en la valoración de lo que él decía que eran las mejores escenas del film y acababa comprendiendo -pues quizás a mí se me había escapado- esa explicación global que atribuía como significado del film -con su ideología- en su época.
Pues bueno. Ayer, al volver a casa tras ver en la Filmoteca "La carreta fantasma" (Victor Sjöström, 1921), de seguir yo en esa época emocional, podría, orgulloso, haber efectuado otra marca de "visto" que me faltaba en esa relación de películas imprescindibles de la historia del cine.
Pero más allá de esa sensación de descanso tras haber visto por fin la película que parece ser Bergman veía continuamente, como mi opinión no variará ni un ápice el calificativo de obra maestra en la que está bien asentada, puedo lanzarla abiertamente, sin pudor alguno. Es la sensación, claro, que me ha dado la película vista ahora, en verano de 2018, habiendo visto todo lo visto después de su creación.
Pero primero, valoraciones de otras personas. El mismo Sadoul, pese a que le dedica un relativamente amplio espacio en su diccionario, suelta que es la película más famosa de Sjöström, si bien no la mejor. De esa misma opinión me confesó ser el maestro Pineda, en conversación previa a la sesión y a su, como siempre, magnífica interpretación al piano de su no menos buena composición. A ver: yo creo que la película es valorada hoy en día, sobre todo, por su valor icónico, con esas imágenes de sobreimpresiones (que en su día debían causar sensación, pero que hoy si persisten es sólo por haberlas visto como referencia hasta la saciedad) con la muerte, armada de su guadaña, en su recorrido nocturno en su carreta para recoger y llevarse consigo el alma de unos cuantos muertos.

Ese relativo valor icónico, en mi opinión, no oculta que nos estamos enfrentando a una película, extremadamente popular en su época, con un nivel de solidez por encima de la media de entonces, pero de un año 1921 aún primerizo para ofrecer esos avances, esa fluidez visual, que unos pocos años después ya dominaban el mejor cine mundial. En ese sentido puede verse el papel del propio Sjöström en su grandilocuente,teatral interpretación de su papel y, en menor medida, de la muerte o, más tarde, en un flashback, de esas escenas de persecución en la casa a su mujer e hijas que ahora, en la búsqueda de ilustraciones para este "post", sirvieron de claro referente para "El resplandor" de Kubrick, trocando a Sjöström por el ya totalmente alocado personaje, convertido en emisario de la muerte, que interpretaba Jack Nicholdson. O tantas y tantas secuencias de interiores o en oscuros decorados.
En ese entorno, para mí la película ofreció ayer únicamente dos luminosidades de lo más radiantes. Por un lado, una breve escena campestre primaveral, un flashback de vida feliz familiar entre quizás un número exagerado de flores, del que no he sido capaz de encontrar ahora la correspondiente imagen. Por otro lado, la absoluta modernidad de la actriz que desarrollaba el papel de protagonista. En un momento, vestida con su traje y gorra de la Armada de Salvación, llevaba inmediatamente a pensar en una heroína del mejor cine soviético.


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