Venga, la verdad por delante: Nunca había acabado de entender el predicamento de Hong Sang-soo entre los grandes amantes del cine. Entendía un poco esa calificación suya como "el más europeo de los cineastas coreanos", por aquello de que sus películas eran muy urbanas y siempre salían sus personajes en cafés, pero en esos ambientes predominaban una fealdad notoria, aunque no sabía si correspondía fielmente a la estética actual de esos lugares. En cualquier caso, ¿por qué salían mis amigos de la (buena) cosa cinematográfica encantados de ver su cine si parecías estar viendo siempre la misma película, no había en ellas apenas secuencias con montaje de planos vistosos y se resolvía casi todo con el diálogo?
Esas tramas tan repetitivas me hacían -me hacen, de hecho- confundir mucho sus películas entre sí, quizás con la salvedad de esa en que aparece Isabelle Huppert en un pueblo de playa. Confesaré dos cosas bien feas. Una primera que soy un pésimo fisonomista, incrementándose la cosa si se trata de tipos orientales de un parecido tamaño, vestuario y forma de hablar. Y los personajes de Sang-soo van vestidos todos igual (con ese horrible calzado tipo zapatillas de deporte con rayas y marcas), tienen unas tallas que deben ser allá actualmente standard con una mínima varianza, hablan de forma atropellada con esa entonación como ofendida o sorprendida que digo yo debe caracterizar al idioma coreano y -lo peor de todo- se emborrachan continuamente bebiendo soju en unos bares de lo más cutre, dando eso como resultado unas bochornosas, prolongadas escenas de borrachera, que muchas veces estropean hasta reventar las relaciones, con tanta sinceridad vertida.
Todo lo anterior no acabará de hacer perdonar la segunda confesión. Con malas condiciones (sitio, horario, cansancio…) si no me duermo del todo en el cine o donde se tercie, digamos que quedo algo traspuesto. En esas circunstancias, una película de Sang Soo, muy parecidas las mires por donde las mires unas con otras, son ideales para, habiendo alcanzado momentáneamente un cierto estado de lucidez, viendo que todo sigue más o menos en las mismas -¡zas!-: caer nuevamente traspuesto.
Todo esta larguísima introducción viene a cuento porque anoche fui a ver en el Festival d’A “The day after” (Hong Sang-soo, 2017) y, colocado, centrado, en una fila muy cercana a la pantalla, sin mucho cansancio encima salvo el producido por unas películas que ves correctas pero sin convencerte del todo, en una hora en que raramente me ataca el sueño, salí notoriamente satisfecho de la experiencia.
De buenas a primeras me animé viendo que los dos personajes que aparecían en la trama, en esas conversaciones tan largas marca de fábrica (aquí en plena discusión), tenían unos rasgos diferenciales muy característicos, que dificilmente confundiría. La aparición de una chica joven esbelta y moderna, con sus tejanos, no perjudicaba la beneficiosa situación, pese a que comportara la aparición de uno de esos anodinos bares, a que él sorbiera de una manera muy desagradable la sopa china que comía y a que se hubiera visto previamente que iba calzado con unas impresentables playeras.
Llegó entonces un momento en el que, en la oficina saturada de libros de editorial en la que tiene lugar parte de la trama, se sucedieron, sin solución de continuidad, una serie de saltos en el tiempo que profundizaban en el adulterio (pues también de la infedilidad iba la película) que me hicieron apreciar lo brillante del procedimiento. Tardé bastante en darme cuenta de que no se trataba de saltos en el tiempo, sino de flash-back y –ese error terrible, a punto de arruinarme la sesión- que la chica que los protagonizaba no era la misma que apareciera anteriormente, sino otra.
Pero al margen de este tropiezo (radical) mío, casi reproducido cuando parecía que se arrancaba una misma situación por tercera vez, que me hacía poner en duda si había reconocido en esa ocasión al personaje o me había vuelto a equivocar en su identificación, como digo salí muy satisfecho de la experiencia. Me convenció su juguetona estructura, su fotografía en blanco y negro y hasta unos buenos encuadres interiores y otros exteriores que –aunque no sé muy bien a qué hace fotografías por la noche el protagonista- retratan hasta de forma atractiva a la ciudad.
Ya me han recomendado otra de Sang-soo, que procuraré revisar.
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