sábado, 7 de abril de 2018

La eternidad y un día

Una gran satisfacción al querer disfrutar de la película de uno de los grandes del cine como Angelopoulos es que te la presente Pere Alberó, que hizo de ayudante de dirección del director y debe ser algo así como nuestro máximo conocedor de su obra. Esto se ha dado hoy con la proyección de "La eternidad y un día" (1998), precedida del documental del mismo Alberó sobre él, “Una mirada sobre el prado que llora".
Antes de proyectarla nos ha definido a Angelopoulos como un director del siglo XX, que en el s. XXI buscaba, sin conseguirlo, hacer otro tipo de cine, hasta que la muerte le sorprendió en un rodaje. También nos ha alertado de una primera parte del largometraje en la que, por la búsqueda de una narración lineal, encadenado de causas y efectos, algo no funciona como sí pasaba en sus películas anteriores. Pero, llegado el momento en que Bruno Ganz se sube a un promontorio y se pone a saludar enfervorizado a una barca, vuelve a su estilo de narración por bloques, y se tiene la sensación de estar, entonces sí, en la cima de sus películas. Yo, la verdad, no he visto tan clara esa escena como bisagra entre dos partes opuestas estilísticamente, porque antes también hay varias muy suyas, pero sí que luego hay escenas magistrales, marca de la casa, como esa final en la que la cámara sale de la casa costera por el balcón y se dirige a la playa, en la que toda su familia, la de la ficción y la fílmica, se ponen a bailar y a cantar canciones.

Por lo demás, en esta historia de un poeta que recupera la palabra, de frías fronteras, de fin de ciclo una vez hundidas tantas ilusiones, de una de las mejores y más persuasivas músicas de Eleni Karaindrou, siguen dándose escenas de esas magníficas en las que la cámara se desplaza y un personaje, el personaje que nos interesa, se cruza como si la cosa no fuera con él.

¡Ah! Y trocando autobús (ese en que uno se duerme llevando una bandera comunista) por vagón de metro, hemos dado con una posible fuente de inspiración de Pere Portabella en la escena de los estudiantes contrabajistas del metro de "El silencio antes de Bach".

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