Hacia mucho que no había visto "La nuit americaine" (1973) de la que, aunque suele ser una de las películas más estimadas y recordadas de François Truffaut, recuerdo la cierta decepción que me causó cuando se estrenó. Me pareció, y me reafirmé en ello en alguna visión posterior, que intentándole dar un aire de seriedad y de homenaje al cine, lo banalizaba un poco todo, restando mucha de la autenticidad de sus primeros films.
Perdida un poco en la memoria, la he vuelto a ver con ganas, para extraer de ella, ahora que he revisado muchos de los Truffauts, que ya he leído muchos de sus libros y de los libros escritos sobre él, todos esos detalles que dan, a mi entender, el carácter a su filmografía.
Es verdad que hay en ella homenajes algo toscos, como esa placa de la rue Jean Vigo, imágenes de cámaras y aparatos de cine en acción, o ese sueño tan horriblemente filmado del robo por parte de un niño de carteles de Ciudadano Kane en un cine cerrado, sacado de una forma mucho más fresca en "Les 400 coups", si bien esa recurrente escena también hace pensar en las típicas argucias de guión de muchos films de Truffaut para mantener el suspense. Pero también es verdad que he obtenido bastantes cosas de las que buscaba:
Por un lado he ratificado el trabajo de guión que hay detrás, tanto en lo que pertenece a ese cierto discurso sobre el cine del director de la película de la ficción ("Rodar una película es como viajar por el lejano oeste: Primero esperas tener un buen viaje y pronto dudas de si se llegará a destino", "Antes la gente miraba el fuego como ahora se mira la televisión. La gente tiene necesidad de ver imágenes en movimiento" o la más famosa "El cine avanza como los trenes, como los trenes por la noche") como en lo que pertenece directamente a frases del guión para hacer más agradable el recorrido a los espectadores ("Yo, por una película dejaría a un tío, pero nunca dejaría una película por un tío").
Por otro lado he disfrutado bastante con las auto citas (no tan groseras como la del robo de carteleras) y las prefiguraciones de películas posteriores. Así, muy por el principio, unas antenas de la unidad móvil de unos periodistas remiten directamente a "Fahrenheit 451", está muy bien recreado ese "bungalow adúltero" -como le llama la script- de "La peau douce" del que la pareja de amantes saca afuera la bandeja con restos del desayuno, siendo entonces pasto de los gatos. Abundan las caricias a la mejilla que serán materia frecuente en las películas de Truffaut. E incluso podría verse -aún sin Néstor Almendros en la dirección de fotografía- un precedente del "ciclo de la luz de velas" que Truffaut y Almendros desarrollaron posteriormente.
También se aprecian muchas cosas sacadas de "la vida real", incluso más allá de esa bastante escondida de que el personaje que interpreta Jean-Pierre Aumont muera en un accidente yendo al aeropuerto de Niza, precisamente al que iba Françoise Dorleac cuando tuvo ese accidente de coche que la apartó tan joven de entre nosotros. A mí me gusta especialmente, teniendo a Truffaut como un compañero de fatigas en el siempre fracasado estudio del inglés, esa frase tan divertida que dice su personaje de director: "Hablo muy bien inglés, pero no lo entiendo". También, sabiendo -en eso ya no me siento congénere suyo- la poca estima que tenía para con la comida, estimo en lo que vale esa bronca que le suelta el personaje de Jean-Pierre Leaud a su amiga ("En todo caso, si hay tiempo entre las películas escogidas, un bocadillo") cuando ésta le propone ir a un buen restaurante. Y no está nada mal tampoco esa carambola con el personaje de Jean-Pierre Leaud en "Les 400 crups", la vida del actor y la propia del director que encierra esa frase de diálogo ("Nadie tiene que pagar el que haya pasado una infancia tan dura") que suelta una intérprete enfadada por su mal carácter.
Hay más cosas que nos acercan a los usos de Truffaut, como ese retomar para el rodaje una frase oída fuera del plató un poco antes, lo guapa que hace aparecer a Jacqueline Bisset -con la que precisamente tuvo un affaire- o la propia polémica que caldeaba las revistas de cine sobre si decía que el cine era o no más importante que la vida. Me he anotado también un travelling, en una escena muy divertida y muy suya, que de alguna forma prefigura a "L'home qui amait les femmes": J-P Leaud le pide a su amante que ande un poco delante suyo por el pasillo del hotel, para poder observar a conciencia su culo.
Y hay también, finalmente, hermosas frases (como la que se dicen unos amantes: "¡Huyamos como ladrones!") y, claro está, un George Deleure inconmensurable, caracterizando con su música como épica todas estas pequeñas cosas que pululan por el cine. No en vano, como dice Conrado Xalabarder en su Mundo BSO, George Delerue era plenamente, con su música, uno de los narradores del film.
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