Vi el tráiler de “Fuerza mayor” (“Turist”, Ruben Ostlund, 2014), en el que sólo se veía a una gente en una terraza de una estación de sky a la que le alcanzaba un alud, y me dije que sería una de las muchas películas que no iría a ver. Pero un amigo bastante sensato en estas cosas me dijo que no era nada de lo que uno puede llegar a pensar con ese tráiler, y que estaba bien.
Miguel Martín Maestro (releí su entrada de “Nos hacemos un cine” antes de acabar de decidirme a ir a verla) escribía que no llegaba a entender su última media hora. En el Méliès hemos coincidido con Llorenç Soler y Anna Turbau y a la salida nos hemos puesto, a cuatro voces, a darle una interpretación a una u otra acción de entre las finales. Es verdad que Llorenç Soler decía que a este director habría que darle un cursillo para enseñarle a utilizar unas tijeras, y quizás tuviera razón, pero el cómputo general a mi entender es, corroborando lo que decía Miguel Maestro, el de haber asistido a un film de interés, rara avis entre lo que se puede pescar en la cartelera.
Vaya por delante que, aún valorando lo que puede tener de impresionante descender deslizándote por una pista virgen, soy de esa minoría que no se ha calzado en su vida unas botas de sky. Partiendo de este hecho, se comprenderá que me he refocilado de lo lindo al ver el retrato que se deduce de ese lujoso complejo turístico, búnker en un circo de los Alpes franceses, a donde va a parar nuestra familia protagonista. Un mundo de artificio, que resulta en la película un mundo bastante intranquilizador (con banda sonora afortunada, personalizada en esos cañones que provocan aludes controlados, ese dron con el que juegan o los aspersores para la creación de nieve artificial), que es el que asiste –más por la noche que a plena luz del día- a esa puesta en evidencia de las grietas existentes en la pareja y su forma de vida.
Es divertido ver como Ostlund marca la descomposición del grupo con elementos muy sencillos, como el de la evolución de la sesión diaria de lavado de dientes familiar. O la de las diferentes escenas de conversación privada entre la pareja: Pese a tratarse de un establecimiento lujoso, siempre que quieren un lugar íntimo donde hablarse sin ser escuchados por los niños, deben salir de su habitación, y quedarse en un inhóspito pasillo balcón del atrio del edificio, donde invariablemente son observados por un callado empleado del hotel.
El alud y lo que ocasiona se expande, y esa sería una de las líneas de la película. La fractura entre la pareja amenaza a sus amigos (esa divertida noche del loro entre el cincuentón y la veinteañera). E incluso, en un momento cercano al final, ha parecido saltar a la platea: Los espectadores se han puesto a gritar unos a otros por un quítame allá ese sonoro comentario. El que avisa no es traidor.
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