El segundo documental de la triple sesión de anoche en la Filmoteca dedicada al Jean Epstein bretón era, en realidad, una ficción. "La chanson d'Armor" (1934) sigue las peripecias de un chico de 19 años (con apariencia de más de 30: la verosimilitud en la asignación de papeles a actores va descubriéndose que es algo que no importa demasiado al realizador) expulsado de su escuela. Regresa a pie, campo a través, a su casa familiar, donde no es bien acogido; participa en combates de lucha y sobre todo canta, con gran apreciación de todos, canciones tradicionales (en bretón, el idioma de todos los diálogos).
Varias canciones son, directa o indirectamente, para su joven enamorada, trágicamente destinada a casarse con un aristocrático -y algo despechado- conde, propietario de una impresionante mansión. El rechazo total del entorno que recibe le impulsa a enrolarse en un pesquero, con lo que ya tenemos la adscripción marina de la obra, pero en el mar es tomado como un auténtico gafe, causante de todas las desgracias, y no le queda más destino que ir a cantar entre las rocas a su amada, quien huye del confort de la vida acomodada (el entorno de un rutilante casino años 30) para coincidir más trágicamente aún con el mundo del mar estallando en las rocas que debe evocar la canción, lo que da pie a esas imágenes, ya distinguidas como marca de fábrica, del rostro de ella sobreimpresionado con el mar.
El film es un magnífico documental de un mundo ya desaparecido, la Bretaña que aún pervivía en los años treinta, y va mostrando en un espectacular y muy contrastado blanco y negro, a los sones de las canciones bretonas, sus trabajos y fiestas populares, con la colaboración hasta en los bailes del tonto del pueblo (algo que remite por ejemplo a algún film de otro bretón, en este caso no de adopción: Claude Chabrol).
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