Arranca “Verdun. Visions d’histoire” (Leon Poirier, 1928: escogí, dentro del ciclo de la Filmoteca dedicada a la guerra del 14, los 151 minutos de la de hoy por encima de los 166 minutos del “J’acuse” de Abel Gance de mañana) con una dedicatoria (“A todos los mártires de la más espantosa de las pasiones humanas: la guerra”) y con la casi onírica visión de la entrada de los soldados muertos, en tropel, al cementerio, por lo que creía que iba a ir de mensaje pacifista exaltado. Y sí que acaba el film con la exaltación de la paz, pero es de la paz de los vencedores…
A mi entender, y pese a lo que se lee por ahí, no alcanza en absoluto el nivel de las grandes obras del periodo. Ideológicamente es de una exaltación patriótica francesa que, diez años después de la contienda, casi justifica que los alemanes iniciaran otra guerra poco después. Cinematográficamente, y pese a contar con, en alguna escena, actores de la categoría de Artaud, no ofrece escenas memorables. Quizás destacaría unas cuantas sobreimpresiones (el soldado está muriendo, y aparece la figuración fantasmal de una mujer como última visión; otros soldados mueren, y se produce un desdoblamiento, volviendo sus fantasmas a sus respectivas casas familiares), las animaciones mediante las cuales se va siguiendo los avatares de la larga batalla de Verdún y poca cosa más.
Hay un soldado alemán, que hace de ordenanza de un aristocrático oficial, que se salva de la quema blasfematoria. Es el que desde el principio ha visto que sus enemigos, con su arrojo y pasión, son los que merecen ganar la guerra, como desde luego hacen.
Y me ha gustado una escena en particular, que desgraciadamente no es la que marca el tono moral del resto de la sesión: Tanto el mando francés como el mando alemán envían una orden a sus tropas para que indiquen inmediatamente cuál es la posición exacta de sus enemigos. Cada patrulla enviada a lo imposible por su lado, entremezclando sus caminos, en medio de un paisaje lleno de cráteres lunares producidos por los obuses, o si se quiere de queso de Gruyere (Emmental, vaya), avanza a trompicones, sus componentes se embarran que da gusto, caen prisioneros y se pierden una y otra vez dentro de todo ese caos sin sentido.
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