¡Qué gozada ver ahora de nuevo “Tristana” (1970), disfrutando de todos sus detalles! Y qué daría por tener hoy un Luis Buñuel que fuera presentando de año en año sus nuevas películas…
¡Cómo he disfrutado con el sorprendente encuentro de los dos ya ancianos hermanos en el parque, en el que el insulto más liviano que se han cruzado ha sido el de “majadero”! O con el chocolate deshecho tomado a media tarde con toda una colección de curas en su casa, ofrecido por quien había prometido no dejar entrar nunca a un sacerdote: el siempre divertido librepensador, con sus explosivos consejos sobre el trabajo y sus expresiones tremendistas, también recibe unas cuantas crueles puyas en el film. Lo mismo con la carga de la Guardia Civil a caballo, directamente sacada de un cuadro de Ramón Casas. O con el recuerdo del protagonista de “Niebla” (Unamuno), que al salir de su casa se pregunta si ir a derecha o izquierda, aquí rememorado por una Tristana joven que se pasa el film escogiendo entre las columnas aparentemente iguales de un claustro, entre dos garbanzos o entre ir por una u otra calle y que, ante el primer beso recibido no sabe hacer otra cosa que, sorprendida, reírse tontamente a carcajadas.
No son únicamente cosas de la novela de Galdós, que quien la ha leído la suele juzgar como bastante modesta. Una secuencia resuelta a base de golpe maestro de puesta en escena nos lo asegura: Vemos cómo Don Lope entra con su joven protegida, Tristana, en su dormitorio. La cámara recorre un pasillo exterior, hasta detenerse para observar desde una puerta lateral el lecho matrimonial, donde estaba tendido el perro, que recibe una cariñosa reprimenda de Don Lope, mientras vemos como Tristana empieza a desnudarse. Como espectadores nos disponemos a observar desde ese punto de vista un tanto camuflado la escena cuando Don Lope saca al perro por nuestra puerta, y nos la cierra en las narices. Hemos sido tratados como el mismísimo can.
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