sábado, 20 de febrero de 2021

Siete días con Alberto Corazón


Me confesaba esta semana como frecuente espectador de documentales televisivos y anoche lo reafirmé viendo “Siete días con Alberto Corazón” (Pablo Iraburu y Migueltxo Molina, 2014), que se ha pasado dentro del programa “Imprescindibles” con motivo del fallecimiento del diseñador.
Me ha parecido muy bien el acercamiento que hace hacia el personaje. El realizador confiesa -en unos rótulos- que le hicieron el encargo y que respondió que no sabía quién era. Le dieron un catálogo con su obra y se quedó asombrado de que en cambio conociera tantas cosas diseñadas por él, que “nos rodean por completo, a cada paso”. Propuso, y fue aceptado por Alberto Corazón y Ana Arambarri, pasar siete días en su casa. A partir de entonces la presencia de los realizadores no se hace evidente más que en unos escuetos intertítulos que señalan cada día de la semana y resumen lo acaecido, captado y registrado durante el mismo.
En cada uno de estos capítulos diarios, registrados en su casa, pero también en los talleres de producción de diferentes obras a los que acude, constatamos que Alberto Corazón ha sido alguien que ha reflexionado muy bien sobre su obra, con lo que salimos de la visión del programa, en este sentido, con las alforjas bastante llenas.
Se tratan las suyas de reflexiones sobre la producción artística, pero que no se mantienen por ello en absoluto alejadas de la realidad existente en el ambiente social, como demuestra el que diagnostique que los peores tiempos para él como diseñador hayan sido los últimos (los de la crisis económica, pero yo diría que luego continuaron), más incluso que durante la dictadura. Y lo achacaba a vivir en una sociedad que solo miraba la inmediatez, evidenciándose una sociedad sin futuro.
O sea, que este “Siete días con Alberto Corazón”, que será visible hasta el 1 de marzo, me ha parecido una aproximación cabal al personaje. Por ese motivo concibo como un atentado a la autoría de pésimo gusto, impropio de la segunda cadena, que cortasen sus títulos de crédito al final. Una falta de respeto inaceptable.
Más tarde, hablando de este tipo de documentales y puesto que Alberto Corazón ya no está entre nosotros, nos hemos preguntado si seguirán haciéndose y proyectándose aquellos programas de entrevistas para ser emitidas después del fallecimiento del entrevistado que empezó haciendo Begoña Aranguren para Canal+. ¿Alguien lo sabe?


 

jueves, 18 de febrero de 2021

Perdida




Empiezan a ser legión las películas recientes que obedecen a un proyecto de este estilo: una joven cineasta se pone a buscar entre los archivos perdidos de su familia, entrevista a sus abuelos y descubre secretos bien guardados, montando con ello su primer film, en cuya banda sonora susurra lo que ha encontrado y los estados de ánimo provocados.
Viviana García Besné se sumó al carro de esta tendencia en 2009 con “Perdida”, en la que escarba entre los secretos de una familia pionera de exhibidores y productores de films mexicanos populares, los Calderón.
La película resultante la ha colgado hoy Mubi en su catálogo. Me ha resultado bastante curiosa, pues es un repaso bastante completo a una de las industrias cinematográficas más prolificas del mundo.
Por ella desfilan en directo o mediante secuencias significativas figuras de la música (Agustín Lara, Perez Prado,...), actores famosos (Ricardo Montalbán, Lupe Vélez,...) y testigos del éxito o fracaso de modas como las películas trufadas de actuaciones musicales, los primeros desnudos femeninos, la serie del Santo/el enmascarado de plata o (amplio mi vocabulario) Las ficheras”.
Vamos: que da de sí para una amena primera sesión, con más de una sonrisa en la boca.






 

martes, 16 de febrero de 2021

Cama y sofá

La mujer pensativa.

El marido, restaurando las estatuas de la fachada del Teatro Bolshoi.

El amigo, llegando en tren a Moscú.

El marido presentando al amigo (que ha encontrado trabajo, pero no vivienda) a la mujer. Sin hacer caso de la opinión de ella le dice: “No tendrás vivienda, pero aquí tienes este sofá”. Una frase que se repetirá luego en otras circunstancias. Esa cortina que separa de la entrada da idea de la precariedad del apartamento del semisótano, desde el que, como pasa en las películas de Truffaut, se ven las piernas de los paseantes por la calle.

Aún hay gente decente. La plataforma Mubi tiene un apartado temible, que indica las películas de su catálogo que están a punto de caducar y retirarse de circulación. Por él me enteré anoche, pasadas las once, de que por ahí estaba la quizás ahora considerada mejor película de Abram Room, “Cama y sofá” (“Tres en el subterráneo” o “Tres en Meshchanskaya”, 1927). El problema era que ahí se indicaba que desaparecería a medianoche y he estado con el ay en el cuerpo de que me dejase a mitad visión de un momento a otro. Fueron considerados y esperaron a que la acabase de ver por completo.
El inicio del film recuerda el de “Berlin, sinfonía de una ciudad”: en este caso es Moscú la ciudad que se va despertando, pronto ejemplificando la acción por la que todos se lavan como pueden de buena mañana (hasta el gato y los tranvías) en un matrimonio que vive en un limitado apartamento de un semisótano en el que él, bastante tontaina, le trata a ella como si de un mueble más se tratase. Mientras, un impresor amigo del marido llega a la ciudad en tren, en busca de trabajo.
Los trabajos de ambos dan pie a unas espectaculares escenas, en las que se ve la modernidad y ajetreo de Moscú desde
los caballos de las estatuas situadas en la fachada del Bolshoi (el marido) o las rotativas de un periódico (el amigo). Más adelante en la acción, no tendremos que conformarnos con esto: Moscú se ve también espectacular desde el techo de un tranvía en su recorrido y hasta desde un avión.
El marido ofrece a su amigo permanecer en el sofá del apartamento hasta cuando debe partir de viaje y ocurre lo que tiene que ocurrir. Hay algún giro más y es el marido el que pasará a ocupar -la vivienda, ya se sabe, era un bien escaso en la ciudad- el sofá.
No sigo explicando la trama, punteada con alguna sobreimpresión para ilustrar sueños y deseos de los personajes. Diré, eso sí, que el film, que aconsejo buscar y ver, se demuestra bastante feminista avant la lettre.


Ella, ya no un mueble.

 

lunes, 15 de febrero de 2021

Dead pigs



Producida por Jia Zhang-ké, “Dead pigs” (Cathy Yan, 2018; en Mubi) mantiene algún escenario e historias similares a los de sus películas: esa casa tradicional en medio de las ruinas de barrios antiguos derribados para construir un complejo de rascacielos, el cutre café de los antiguos residentes, los enormes puentes sobre el río, la contaminación ambiental que ocasiona una suerte de peste porcina...
Ópera prima de una chino-americana, está desarrollada, no obstante, como si se tratase de una comedia coral, toda ella parodia de la nueva China, con algún número musical a lo Almodóvar incluido.
Un joven nortemericano se refugia de su inseguro pasado en China, donde le contrata la promotora Golden Happiness para proyectar un complejo residencial que tiene como reclamo de edificio central nada menos que la Sagrada Familia, “la famosa catedral española”. Pero una propietaria se resiste al desalojo.
-¡Como una película de Hollywood! - dice una reportera de TV, retransmitiendo en directo, por el final del metraje.
Y esa impresión ha debido cundir, porque se ve que la realizadora ya ha sido captada por Hollywood y el año pasado ya ha realizado una película de esas infames de superhéroes, o algo parecido. Fin de la posible sorpresa y del eventual interés del recorrido fílmico de Cathy Yan.




 

L’expérience Blocher


No ha estado mal, aunque sólo alarme más sobre la situación, sin aportar vías de solución, ver “L’expérience Blocher” (Jean-Stéphane Bron, 2013; en TV5Monde) el día después de unas elecciones en las que se ha demostrado que el nacional-populismo sigue en auge.
Se suele preguntar quién ejerce en la actualidad de presidente de la Confederación Suiza para demostrar que no sabemos nada sobre los asuntos de ese país y es bastante verdad. Según aprendo gracias a la película, Christoph Blocher es un empresario y político suizo que se dio a conocer oponiéndose a toda inclusión de Suiza en organismos internacionales y que, ya en el gobierno federal, promovió una serie de leyes para reformar -limitándolo- el derecho de asilo, e instaurar los centros de reclusión y luego efectuar la expulsión de inmigrantes.
En 2011, estando en el Festival de Locarno, aprecié directamente la polémica suscitada por una serie de carteles publicitarios -genuinamente fachas- como los que cuelgo, y que ahora he vuelto a ver en el documental. Siempre tiene un éxito terrible, por todas las latitudes, ese mensaje de actuar contra un supuesto enemigo exterior, causante de todos los males, mano de santo para reservar y colocar de ese modo al propio país en un estado idílico insuperable, paraíso envidiado por el planeta entero.
Blocher sacaba a colación siempre que podía ese legendario pasado “nacional”, para tomar ejemplo de él. En su caso sería el de las gestas de Guillermo Tell. Algún chiflado de su cuerda aparece en reportajes sobre sus mítines disfrazado y con una ballesta cargada a cuestas...
Bron hace en el film un seguimiento constante de las actividades del Blocher, al que nos dice que convenció diciéndole que quería sacar “a la persona”. Le vemos hasta en batín y zapatillas, sentado en su butaca Louis XV, pensativo ante la ventana panorámica de su casa o mirando los cuadros del relamido pintor Albert Anker, del que es el mayor coleccionista mundial. Pero principalmente lo acompaña y le graba en sus traslados en coche, mientras él va soltando toda una letanía interior que nos permite conocer la evolución y hazañas del personaje.
De todas formas, ahora que lo pienso, la película que realmente me gustaría ver sería una sobre su pasiva y al parecer muy fiel mujer, preocupada con sus problemas y eufórica ante sus triunfos, dormida en el lecho matrimonial con un libro en las manos, esperando a su marido, que en solitario prepara en la habitación anexa su estrategia política, o sobre todo dormitando al unísono con el político en el asiento posterior del coche oficial que los lleva de un lado a otro.





 

viernes, 12 de febrero de 2021

Las amistades maléficas


“¿Por qué escribe la gente? Porque no tienen la suficiente personalidad para no hacerlo”. Eso dice siempre un personaje -citando, según él, a Karl Kraus- de “Las amistades maléficas” (Emmanuel Bourdieu, 2006), film que, en muy buena racha, ha colgado Mubi.
Sólo los que tienen auténtica necesidad deberían escribir. Hacerlo sin tener nada que decir es una auténtica impostura, predica a sus compañeros este destacado estudiante que los fascina y que se revelará, con el film, autenticamente maléfico.
Película que me ha parecido brillante sobre la vida de un apasionado grupillo juvenil montada alrededor de una universidad literaria, realizada por el aquí desconocido escritor, dramaturgo, director de cine y filósofo Emmanuel Bourdieu, hijo del más conocido Pierre, no sé por qué no había llegado nunca por aquí, pese a ser en su día la ganadora del premio de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes.





 

jueves, 11 de febrero de 2021

No añoro mi juventud



Igual que hay estudiantes universitarios japoneses de esos uniformados en las primeras películas de Ozu, también los hay en “No añoro mi juventud” (Akira Kursawa, 1946), que hoy han pasado en la Filmoteca. Tanto es así que, siendo estudiantes que se sublevan contra el fascismo, llevando a la huelga a sus universidades, en una batalla campal entre ellos y la policía cuesta distinguir a unos de otros.
En las hermosas escenas iniciales de la película, unos cuantos estudiantes de esos uniformados y Jukie, la hija del profesor (a la sazón Setsuko Hara, que aún no había actuado en ningún film con Ozu ni Naruse) van de excursión a las montañas que rodean la Universidad de Kioto, donde estudian y de repente, la relajante sensación de felicidad viendo las vistas tras el esfuerzo efectuado, se rompe por el sonido de una ametralladora. Es la época en la que los fascistas han empujado hacia la invasión de Manchuria y el clima de militarismo lo invade todo.
Pero es una escena previa, de esa misma excursión, la que da pistas sobre lo que irá toda la película. Se tiene que cruzar un río, saltando de piedra en piedra y Jukie duda un momento. Desde la otra orilla, dos estudiantes le dan la mano, expectantes por saber por cuál de los dos se decidirá ella.
Ambos van a representar a lo largo de la película dos posturas, dos actitudes ante la vida, radicalmente diferentes. ‘No añoro mi juventud” está hecha en 1946, con los norteamericanos controlando todas las actividades del Japón. Kurosawa hace su película elogiando, al contrario de la del conformista, la postura del estudiante que se mostrará activo por la libertad de expresión y contra la guerra.
En la presentación nos han comentado que Kurosawa se sentía mal porque sus películas previas no tenían nada de su postura sobre el fascismo que había invadido su país y sobre la guerra y que por fin pudo hablar de ello. No sé. Mejor no investigarlo demasiado.





 

miércoles, 10 de febrero de 2021

Las institutrices de los rusos blancos


Enumera Marcha Meril (ya saben: une femme mariée...), en un documental sobre los rusos blancos en Paris, las diferentes institutrices que tenían en el imperio ruso las familias aristocráticas como la suya (pues era hija de exiliados a la capital francesa, que llegaron a ser -se dice pronto- unos 400.000).
A saber:
-Una alemana, encargada de la educación, que enseñaba matemáticas y física.
-Una institutriz inglesa, responsable de los buenos modales.
-Una francesa, para hacer mermeladas y desvirgar a los chicos.
-Una rusa, nania, para la religión, las canciones y el arte.
Cada noche -acaba diciendo en esa intervención- se hablaba uno de los idiomas de todas ellas.
Como no he dado con ninguna fotografía de sirvientas que se aviniera, cuelgo esta fotografía de Andrei Korliakov, retrato de otro tipo de sirvientes.


 

martes, 9 de febrero de 2021

Vif-Argent




Me llama bastante la atención el Premio Jean Vigo, que se da cada año por uno de sus primeros cortos o largometrajes de producción francesa a un joven realizador en cuyo futuro se depositan grandes expectativas. Poca broma, porque he ido a ver quienes se lo llevaron desde su fundación: entre otros figuran los nombres de Resnais, Marker, Chabrol, Godard, Sembene, Pialat, Garrel, Rozier, Moullet, Desplechin, Assayas, Beauvois, Dumont, Guiraudie, Manivel o Amalric.
Pues bien: en 2019 se lo dieron a Stéphane Batut por “Vif-Argent”, que ayer colgó Mubi y vi anoche.
Película sobre gente de apariencia alucinada que cuenta unos relatos que toman forma visual con gran presencia, mezclados con trayectos “reales”, casi documentales, muy “post nouvelle vague”, de sus protagonistas, en los que se hace palpa el norte del París actual, con el metro y las estructuras de éste cuando sale a la superficie, vas viendo poco a poco que aparecen personas que ven pero no son vistas más que de forma selectiva, muertos que se observan a sí mismos en el trance de morir con sorpresa pero también con suma tranquilidad, como si se tratara de algo ajeno, de una acción externa a la que tienen acceso.
Pronto el espectador toma conciencia de que posiblemente esté viendo la historia de un Caronte moderno, pero entonces se convierte en una profunda historia de amor, de esas que los surrealistas gustaban, por ir más allá de la muerte.
Seguramente irá por barrios. A muchos, en su exceso, les podrá resultar de lo más ridícula. A mí, anoche, me dio por apreciarla experimentando aquello del poder de ensoñación que, en determinados momentos, tiene el cine.




 

Masques


“¡Qué gozada dar con un Chabrol no visto hasta ahora!” - exclamaba por aquí hace ahora cuatro años, cuando pude ver por una televisión “El grito de la lechuza” (1987).
Pues bien, ahora puedo decir otro tanto, puesto que MK2 Curiosity, que durante la pandemia ofrece el acceso gratuito a cinco films cada semana, ha colgado -y estará disponible hasta el viernes- “Masques”, hecha por Chabrol, que era muy prolífico, ese mismo año de 1987. Eso sí, se ve en versión original a palo seco, pero se entiende bastante bien.
No es de sus tramas más complejas. Sigue la peripecia de un supuesto escritor que, con la excusa de ir a su casa campestre para escribir una biografía del creador y presentador de un innoble, edulcorado, todo él de color rosa concurso de la televisión para parejas de ancianos, investiga sus secretos.
Lo mejor de la película es que está interpretada por un Philippe Noiret inconmensurable, de forma que, si se quiere ver una sola película de as suyas para captar sus capacidades, ésta puede servir estupendamente.
Philippe Noiret, o mejor su personaje en la ficción, tiene un final ante las cámaras de televisión “en grandeur”, fantástico, que da perfectamente la idea de la intención que había en el sustrato de la película y que, ahora que ha muerto Jean-Claude Carrière, me ha dado por pensar que, de haber sido escrito por él, se sentiría orgulloso.
El enlace a la película, disponible gratuItamente hasta el viernes 11, aquí:


 

domingo, 7 de febrero de 2021

Karl Fredrik regerar


Amena, bastante divertida, dinámica, “Karl Fredrik regerar” (Gustaf Edgren), de 1934, aún siendo de cine ya sonoro, forma parte del grupillo de películas -todas las demás de cine mudo- nórdicas que ha introducido Netflix recientemente en su catálogo europeo.
Trama casi hollywoodiana: La familia de terratenientes de una gran propiedad despide y desahucia a la familia de un trabajador que ha incitado a la formación de sindicatos. En la primera hay un niño mimado de unos seis años y en la segunda una niña de esa misma edad. Con el tiempo, las tornas se cambian.
Elogio desmedido de la socialdemocracia, única solución exitosa frente a los deplorables actos de los conservadores y de los comunistas (que son caricaturizados en el film), “Karl Fredrik reina” tiene además entre sus personajes a una criada cascarrabias del estilo de la de “Fresas salvajes” de Bergman (que, por cierto, cita en un momento a un rey depuesto, ese “Alfonso”) y a la música de Grieg como una de sus bases.
Mira por donde, en unos días ya he visto inesperadamente dos películas de Edgren, según la wikipedia uno de los cineastas suecos más popular. Seguro que deben haber por ahí más de interés como él.


 

La banda de Norrtull




Con la del famoso Gustaf Molander, “Malarpirater” (1923), me llevé una gran decepción, pero en cambio he seguido con interés “La banda de Norrtull” (“Norrtullsligan”, Per Lindberg, también de 1923 y, como todas estas últimas, parte del grupo de films mudos nórdicos incorporados sorprendentemente en el catálogo de Netflix)
No es que se descubran en ella, por encima de la de Molander, al margen de posicionamientos de cámara mucho más próximos, la superación absoluta de los “cuadros” típicos del principio del cine que seguían del todo vigentes en aquella. Apenas si se nota aquí una sintaxis formal más allá de ciertos cortes puramente funcionales y los fundidos en negro para el paso a otra escena, pero al mostrar las confesiones de una mujer independiente y constatar que al menos durante un buen rato podrían entrar con éxito en un ciclo actual sobre antecedentes de la cuestión feminista, se ve con sumo agrado.
Las confesiones (el relato de una joven secretaria que decide formar una banda, excluyente de hombres, con otras compañeras, yendo incluso a la huelga por sus condiciones laborales) van vertidas íntegramente en los intertítulos, siendo las imágenes posteriores a cada intertítulo solo ilustración de lo narrado.
Pero quiero pensar que no todo en el film entra en deuda con Elin Wagner, la autora de la novela en la que se basa y, según leo, pionera en la reivindicación de los derechos de la mujer y otros cuantos. La fotogénica escena inicial, despidiéndose la protagonista de un niño en la cima de una colina desde la que se divisa la ciudad, donde comienza su relato, por ejemplo, habla de las buenas formas de Lindberg.
He acudido a mi pequeño manual sobre el cine sueco, el de Peter Cowie (Ediciones Era, México, 1970) y habla, claro está, de Molander (si bien diciendo que no hizo nada de interés hasta 1931), pero sorprendentemente no menciona por ningún lado ya no está película, sino ni siquiera a Per Lindberg.
Se podrá decir eso, pues, de que la historia del cine está por reescribir, porque al menos desde un punto de vista de reivindicación feminista, esta película aparecería de alguna forma hoy en día.
(Las fotos que he encontrado por la red y que cuelgo corresponden seguramente a un álbum de cromos o postales dedicados a la película. Las imágenes de copia de la plataforma presentan una nitidez muy superior).




 

viernes, 5 de febrero de 2021

El más fuerte



“El más fuerte” (“Den starkaste”, Alf Sjöberg y Axel Lindblom, 1929; también en Netflix) ya no se queda en la categoría de película agradable: lo suyo son palabras mayores. Dudo que haya en todo el catálogo de la plataforma mucho de su categoría.
En una extraordinaria copia restaurada, sin banda sonora alguna, dividida en ocho actos y éstos por unos cuantos intertítulos recogiendo los diálogos, la película es un prodigio tanto del cine documental (el puerto de Tromsö, o desde luego que desde “Nanouk el esquimal” diría que no se ha visto nada así sobre las tierras árticas, aquí con la caza de focas y hasta de osos polares sobre los hielos árticos) como del de aventuras (ese duelo de los dos cazadores tanto por su trabajo como por la misma mujer, hija del capitán del barco).
Pero es que guarda también en su seno, con esa despedida inicial al padre que va a ir en su barco a su expedición estival anual al Mar de Groenlandia o ese verano de trabajo en la granja, cortando leña y recogiendo el heno en los campos que bordean el fiordo, más de una película. Como contiene, además, recursos (sobreimpresiones de pensamientos sobre los discos girando, o más tarde con la evocación que provoca una fotografía) que no despreciaría un Jean Epstein.
Casi todo está rodado en impresionantes -por su belleza- exteriores y unos cuantos interiores en los que sorprende como Sjöberg, que era un jovencito de 26 años, tenía el dominio que tenía para mostrar el juego de miradas de sus actores o con esa cámara acercándose para descubrir algo en la tensión de algún interior o alejándose para asentar alguna sensación. Claro que también puede ser que algo de todo eso se deba a su más experimentado co-director...
Y, a no olvidar, un personaje contemplativo genial, la abuela tricotando...





 

Konstgjorda Svensson

La casa llena de inventos para facilitar la vida cotidiana.



La primera sorpresa de “Konstgjorda Svensson” (Gustaf Edgren, 1929) viene de que se trata de una de esas películas de la época a caballo el mudo y el sonoro. Así, nos encontramos en el más absoluto silencio (ni diálogos ni música) ante un inicio romántico, de separación de una pareja junto a un lago y, de repente, el protagonista se dirige hacia la cámara y nos explica que le preguntaron si quería hacer una película muda o sonora y él escogió, sin pensarlo dos veces, muda, explicando las razones -totalmente contradictorias e inconsistentes- por las que no le gustaba como actor el cine sonoro. A continuación vuelve el silencio, pero al poco rato una formación militar que marcha entonando una canción norteamericana, como más tarde unas canciones clave al supuesto son de un banjo también las oiremos perfectamente. En un cartel del principio nos indicaban que habían podido rescatar sólo parcialmente el sonido que, en las proyecciones, se coordinaba con las imágenes mediante una gramola.
La segunda sorpresa es ver que Fridolf Rhudin, al parecer un conocido actor, cantante y humorista sueco del primer tercio del siglo XX, aparece en una escena copiada descaradamente de un cortometraje de Buster Keaton protagonizado por él en una casa automatizada, en la que todos sus detalles se han pensado para servir a la vida cotidiana, “El espantapájaros” (1920). Y es que el protagonista de la comedia, que mezcla aventuras amorosas con la vida militar y hasta acrobacias aéreas, es un inventor que debe bastante en unos aspectos a Keaton y en otros a Larry Semon.
La tercera sorpresa, anunciada esta noche pasada por Sergio Sánchez, es que esta amable comedia del cine mudo sorprendentemente se puede ver nada menos que en Netflix, junto a una serie de films del cine mudo nórdico -alguno de ellos calificable de obra maestra- recién y silenciosamente incorporados en la plataforma.
Buena noticia y la expectativa de unas cuantas sesiones poco habituales por delante, pues.