La avalancha de niños recorriendo Thiers de arriba a abajo.
Estoy leyendo el último libro compuesto de cartas de y a Truffaut que ha salido (“Correspondance avec des cinéastes”; ed. de Bernard Bastide; Gallimard, 2025) y he dado con una suya de 1960 a Louis Malle tras haber visto su “Zazie dans le métro”, de la que parece haberle gustado su tratamiento de la niña Zazie, en la que le confiesa:
–“Mon oncle”, mon cul; “Ballon rouge”, mon cul; “Affreux (por Orfeo) négro”, mon cul; etc.
Es bueno tener en cuenta esto cuando vemos que Truffaut se decidió a presentar en 1976 “L’argent de poche” (“La piel dura”; ayer en la Filmoteca), protagonizada mayormente por niños, que centran las diferentes historias entrelazadas que componen la película. Una película, contrariamente a la norma, en que los niños tienen su propio lenguaje, actúan según su criterio y todo, aún tocando ocasionalmente temas de profundidad, está lo más alejado posible de un acercamiento sentimental.
Rodada casi íntegramente en la ciudad de Thiers (como se encargan de aclarar en dos ocasiones unos indicadores de carretera), que toda una tropa de niños recorren disparados desde su punto más alto hasta el inferior durante los títulos de crédito, posiblemente sólo sea una película para contradecir el discurso lanzado en “La noche americana” de que el cine era más armonioso que la vida, y dejar dicho de una vez por todas que no, que la vida es -o puede ser- mucho mejor que el cine, según demuestra ese profesor (Jean-François Stevenin), quien, queriendo captar el parto de su mujer, se queda boquiabierto mirándolo, sin poder poner en marcha su máquina (en esta ocasión he caído en que se trata de un aparato fotográfico, y no una cámara cinematográfica, pero el efecto e idea son los mismos).
Este mensaje viene envuelto por y rodeado de cantidad de historias de esos mismos niños que descendían por las calles y escaleras de Thiers que, para ser digeribles y seguidas con atención por toda clase de públicos, Truffaut hace que incluyan una marcada de tanto en tanto por un creciente suspense, que se resuelve en una larga y vertiginosa escena, captada cámara en mano, que nos lleva primero hasta el director del colegio (una vez más Marcel Berbet, el gerente de Les films du carrosse) y, de éste, al núcleo de un maltrato infantil.
Es cine de Truffaut, y por tanto está trufado (perdón por el chiste tan tonto) de elementos característicos suyos, más allá de pivotar sobre uno de los temas que cruzan toda su filmografía, el de la infancia abandonada a su suerte:
-En su prólogo, que casará con su epílogo, una niña, ante la mirada protectora de su padre (el propio Truffaut), envía una postal desde el pueblo que dice ser el exacto centro de Francia y, más tarde, el profesor leerá la postal a toda la clase, lo que le servirá para ofrecer una de sus enseñanzas, como el mismo Truffaut hace siempre que puede con sus espectadores.
-Más que citas, la aparición del cine de la localidad testimonia la costumbre de afluencia de todos sus habitantes el domingo por la tarde, acabando así con ese aburrimiento cantado por Charles Trenet, empleado aquí una vez más: “Les enfants s’ennuient le dimanche”. Unos espectadores que asimilan curiosos los anuncios locales del telón, de la misma forma que resultan enormemente influidos en sus comportamientos por todo lo que ven en la pantalla (los abrazos de los adolescentes, la reproducción posterior de los silbidos protagonistas de un noticiero).
-Vuelve a aparecer aquí, como en “Domicilio conyugal”, el patio de vecinos como núcleo de vida comunitaria: en cierta manera con el accidente del niño siguiendo a su gato, pero sobre todo con la niña diciendo con un altavoz que tiene hambre y todo lo que ocasiona.
-Quizás sea ésta la única película de Truffaut -persona que no disfrutaba en absoluto con la gastronomía- en que aparezca con cierto detalle -en este caso el de un atracón por parte del niño invitado- una comida. Bien está, porque me ha servido para retener la frase de agradecimiento que empleo recurrentemente al despedirme tras ser invitado a alguna, la que dice en la puerta, ya yéndose, el niño que ha asombrado con su forma de comer sin freno: “Muchas gracias, señora, por esta frugal cena”.
-Es divertido ver que Madeleine Doinel -nombre de la mujer de Truffaut y apellido de su personaje en la serie que empieza en “Los cuatrocientos golpes”- confiesa en la ficción enormes dificultades en el aprendizaje del inglés, molesto aguijón que fastidió al mismo director toda su vida.
Y una última cosa. Siempre he confundido el final de esta película (ese primer beso en unas colonias de verano) con el del “Passe ton bac d’abord” de Maurice Pialat. En la biografía de Truffaut, De Baecque y Toubiana dicen que es una historia autobiográfica suya.
Jean-François Stévenin, en su papel de profesor, a punto de dar a la nutrida y compungida audiencia escolar su discurso sobre la infancia maltratada o que ha sufrido dificultades de cualquier tipo.
Los dos amigos asistiendo al cine, el mayor con la idea de besar a sus acompañantes. La chica de la ep derecha es hija de Truffaut.
El avezado dando clases a su compañero de cómo entrar gratis en el cine.
Siendo casi todos sus protagonistas niños, por una vez Armand Hennon ha podido recabar su experiencia del rodaje en entrevistas para su libro, pues aún están vivos. Pero no todo son niños. En la película aparecieron muchos habitantes de Thiers haciendo un pequeño o importante papel, o colaborando con su equipo técnico. René Barnérias era en aquel momento el alcalde, que pugnó porque fuera la ciudad escogida para el rodaje







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