lunes, 1 de septiembre de 2025

L'histoire d'Adèle H.



No es “L’histoire d’Adèle H.” (1975; anoche en la Filmoteca) una de las películas de François Truffaut que me hayan nunca atraído más. Y sin embargo, veo claro que es digna, y muy fuertemente, de estudio, mucho más si se va siguiendo de nuevo su filmografía, como estoy haciendo este verano que ya se acaba.
Hombre pudoroso, que intentaba no mostrarse demasiado, traza aquí el recorrido obsesivo, más allá de la razón, de un personaje por su enamorado. Me han explicado que en unas declaraciones suyas decía que, como por razones obvias él no había podido encarnar el papel que en la película hace Isabelle Adjani, se había desquitado interpretando otro personaje similar, el Julien de “La chambre verte”. Otro más, como el de Adèle H., de esos que harían a cualquier productor que no fuera él mismo desistir de montar una película basada en ellos.
En esta ocasión los títulos de crédito iniciales de la película van ilustrados por unos más bien oscuros, como la música que los acompaña, dibujos de Victor Hugo, sin especificar por ningún lado su nombre. Eso, que aparezca una frase asegurando que lo que vamos a ver está basado en hechos y personajes reales, sin especificar más, que no salga su apellido pese a verse fotografías hechas por él en Guernesey y que de la protagonista del film se diga en algún diálogo solamente que se trata de “la hija de un personaje célebre de Francia”, confirmaba mi creencia, engañado una vez más por mi memoria, de que nunca se oía nombrar en la película al escritor. Craso error: no sólo el Doctor que va a hacer una visita médica a Adèle descubre la personalidad del padre y lo explica a la patrona de la pensión y, de paso, a los espectadores, sino que Adèle misma escribe como una gran revelación en un momento el apellido con su dedo, y al final de la película asistimos a una narración con acompañamiento de documentos fotográficos que exaltan al escritor y dan cuenta del final de su vida.
No obstante, y pese a este homenaje final a Hugo, el interés de Truffaut no reside ahí, sino, claramente, en esta mujer cuya obsesión amorosa la lleva a la perdición, la convierte en “une femme abimée”, caída al más profundo abismo. No es una evolución lineal, siguiendo una recta descendente. Por momentos se intuye que podría haber sido de otra forma. Una escena nos lo demuestra: un niño, en el banco donde va a retirar los giros monetarios que le envía desde Europa su familia, le pregunta cómo se llama. Ella, sin esperanza ya de casarse con su galante (y bastante impresentable) oficial, le da el nombre de Léopoldine, su hermana muerta ahogada, cuya terrible imagen de ahogo bajo las aguas constituye su pesadilla nocturna habitual. Pero una misiva le trae entonces una información que, por un momento, le hace recuperar su esperanza en su boda. En ese momento regresa junto al niño y rectifica, dándole el suyo propio, Adèle.
Film de época para el que Truffaut contó con Néstor Almendros, quien mantiene siempre iluminado el rostro de Adèle cuando desembarca en Halifax en medio de la oscuridad de la noche, capta su vestido inicialmente de colores claros para, después de una contrariedad en su proceso condenatorio, captarla con un traje de rojo profundo, del que ya no se separará hasta el final.
Puestos a arroparse de elementos estimados, Truffaut usó aquí, creo que por primera vez en su filmografía, la preciosa, muy interiorizada música de Maurice Jaubert (L’Atalante). Hizo a Adèle, por otra parte, montar un altar como el que Antoine Doinel montaba a Balzac, sólo que aquí es a su amado y casquivano oficial. Y también dar una de las caricias marca de la casa. No pudiendo ser a él, que la desprecia durante todo el metraje, en esta ocasión va dedicada a la patrona de su pensión, al darse finalmente cuenta de la absoluta bondad y cariño que ésta siente por ella.


Preparando su altar.


Escribiendo cartas, notas, su diario obsesivamente.

El librero donde compraba las resmas de papel para escribir, posibilidad alternativa, opuesto radical al personaje del oficial, pero basta ver la imagen: detrás de los barrotes de su librería, ella fuera, sólo reflejada en el vidrio de su establecimiento.

En las cercanías de Dakar, representando ser las Barbados. 

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