martes, 27 de agosto de 2024

La madre de todas las mentiras

La temible abuela, siempre despotricando de todo.

El barrio, con todas sus casas y personajes, perfectamente reconstruidos.

La “Casa de muñecas”

Las pocas películas magrebíes recientes que he abordado suelen ser de construcción muy elemental, primando caminos estéticos, sentimentales y morales de tal forma que, aunque vayan en la dirección de ideas que sin duda yo apoyaría, las convierte en cromos, historias azucaradas o maniqueas difícilmente soportables.
Por eso resulta tan interesante la aparición en Filmin de la ópera prima de una sorprendente cineasta llamada Asmae El Moudir, “La madre de todas las mentiras” (2023), que tuvo un éxito de estima importante en el Festival de Cannes del año pasado.
Un cineasta que no me suele convencer, Lars von Trier, pintó en el suelo de un hangar las calles de un pueblo y contó una historia haciendo actuar en ellas, con pocos elementos adicionales, a sus actores. Eso no es nada comparado a la riqueza conceptual de lo que ha montado Asmae El Moudir para dar vida a su película.
En un primer momento da la impresión, con su narración en off, de que la directora quiere contar su historia personal, como procedente de una familia bajo el poder dictatorial de su cerril, malhumorada y despótica abuela, una acérrima partidaria de Hassan II, que por prohibir, prohibía hasta las fotografías. Ese es, para mi, durante toda la película, el mejor personaje y la mejor actuación de todas. La directora lo hace acudiendo a una especie de casa de muñecas, con sus personajes y decorados, pero conviviendo con los personajes de carne y huesos.
Pero luego vemos que lo pensado abarca mucho más. Coloca a toda su familia y algún vecino en un piso/desván, donde su padre, orgulloso portero de fútbol en su juventud y actual manitas, ha construido todo el barrio en miniatura con un detalle extraordinario, y moldeado los muñequitos correspondientes a su familia y vecinos como si se tratara de los entrañables personajes de Putxinel.lis La Claca. Cada personaje real interactúa con los muñecos y decorados, y explican historias por su mediación.
Pronto vemos que la historia familiar deja paso a una historia más amplia, como es la temible represión con la que en 1981 el gobierno marroquí contestó a las protestas por el aumento del precio del pan.
Lo que difícilmente se podría haber mostrado como película “normal” adquiere de este modo una forma inusitada, pero muy eficaz. Por momentos me recordó al “This is not a film”, de Panhagi, si bien aquí lo que se revela es toda una trágica historia de la que no se habla en el país.

El habilidoso padre, haciendo sus muñecos.


El personaje de la abuela, sentada delante del portal de su casa, con su bastión, en la reproducción del barrio.

Y el personaje de carne y huesos.
 

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