La ciudad que se extiende bajo este mirador es Sarajevo. Kirsten Johnson encuadra el objetivo de su cámara, pero reflexiona en voz alta sobre los detalles en los que se fija.
Un rótulo inicial de “Cameraperson” (Kirsten Johnson, 2016; en Mubi) explica que las secuencias que aparecen a continuación, constituyendo su suma toda la película, están sacadas de documentales previos de la cineasta y que, montados así, forman una especie de autobiografía.
En al menos todas las secuencias de su primera mitad, separadas por una pantalla en negro sobre las que se impresiona el sitio de su rodaje, algo que va de lo banal a lo fundamental nos hace constatar, como espectadores, la presencia detrás de la cámara de la cineasta, que en muchas ocasiones interactúa con los personajes filmados.
En un momento dado, cesan ese tipo de secuencias y aparecen durante un tiempo, uno tras otro, lugares que en un tiempo fueron escenario de una salvaje violencia o represión. Pero han pasado los años y el sitio, de no ser la intranquilidad que nos ocasiona el sólo leer su nombre, da la impresión de ser ahora un lugar apacible.
A partir de ese momento, vuelven a aparecer los mismos lugares, prolongando las historias que conocimos anteriormente.
Curiosa autobiografía, que se convierte así mismo en un relato de nuestra época.
Está recién nacida en un poco dotado materialmente hospital de Nigeria parece reconocer la cámara y dialogar con ella.
Johnson filma la fachada de esta casa y da con este hombre, que echa mano de su cámara y le hace una fotografía.
Este niño, creo que de Afganistán, ha perdido un ojo por la metralla de un obús que se ha llevado el rostro de su hermano. Kirsten Johnson le hace explicar lo que ve con el ojo sano…y luego con él destrozado.
La madre de la cineasta pasa accidentalmente por delante de la cámara de su hija y ésta le hace aparecer como centro de atención.
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