Si hay un cineasta que juega constantemente con los colores de sus películas, éste es Michel Deville. En TV5Monde han colgado su “Toutes peines confondues” (1992) y solo en su extraño, muy atolondrado principio ya utiliza de forma desmedida los colores. Lo hace, como también después, pero de forma menos concentrada, para enlazar planos o asociar secuencias, para identificar personajes explicando sus caracteres, para situar un momento de la trama (esos trajes negros que lucen los personajes en un falso entierro, por ejemplo), para avisar de un peligro que se cierne sobre alguno de ellos…
Es Deville también el maestro de las escenas entrecortadas. Tomemos, por ejemplo la escena de las meadas. Jacques Dutronc (¿o era su omnipresente y calculador segundo?) y Patrick Bruel van en el coche del primero. Éste baja por su lado a hacer un pipí en la cuneta. El primero baja también del coche y se pone a su vez a mear a su lado, señalando el poder diurético del zumo de naranja. Otro salto de plano: quien hacía de conductor/guardaespaldas sale a su vez del coche y se pone a mear en la cuneta de la derecha. Una música insidiosa acompaña estas tres situaciones que saltan rápidamente de una a la siguiente.
Otro ejemplo: ¿cómo indica Deville que el joven policía (Bruel) encargado de vigilar al turbio hombre de negocios (Drutonc), tras el salvaje asesinato de sus padres en el asalto de su casa (escena inicial, sólo reflejada por el sonido) emprende un viaje a recibir órdenes? En tres planos de un segundo cada uno: coche-avión-coche.
Todos estos juegos rimados de cambio de plano, que otorgan a la película un aspecto irónico, se suelen dar por el principio, calmándose un poco, pero nunca del todo, más adelante, cuando un tono de fatalidad va envolviéndolo todo.
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