martes, 12 de marzo de 2024

Martí Rom en el Cafè dels Enginyers

Martí Rom, rodeado de Ferran Ramón y Ferran Porta, momentos antes de iniciarse el acto en la sala de juntas de la Associació d’Enginyers que, símbolo de los tiempos, ha perdido su preciosa mesa de madera ligeramente ovalada para ser sustituida por una mesa articulada que parece haber salido de Ikea. Se pierden las esencias.


“A ver cómo lo hago. Iré combinándolo, porque tengo en mí tanto a Jekyll como a Hyde”.
En esas sesiones para las que la Asociación de Ingenieros invita a un jubilado a explicar su trayectoria, le ha tocado esta mañana a Martí Rom, quien empezaba su intervención diciendo algo parecido a lo anterior.
Suelo acudir siempre que puedo, sobre todo a oír qué explican ingenieros atípicos, como fue el caso, que ahora mismo recuerdo, de Laura Tremosa. Esta sesión, como fue aquella, creo que también será recordada.
Hijo de familia trabajadora, poseedora de una pequeña empresa constructora dedicada a “fer remendos”, ha tenido recuerdos cariñosos, sobre todo, hacia su fundador, el abuelo Rom, contento de que su nieto tuviera los estudios que nadie en su familia tuvo y del que ha mencionado algún ejemplo ético.
Le llevaron inicialmente a una academia del barrio, de la que no tardó en salir hacia los Maristas cuando convocaron a sus padres para decirles que su hijo “no servía para estudiar”.
Aunque algo retraído ante los compañeros que veía de otro nivel económico y social, en los Maristas se fue ambientando. Al llegar al Preu entró a formar parte del equipo que elaboraba la revista del colegio, para la que hizo una serie de entrevistas. La primera tuvo como protagonista a Joan Manuel Serrat, y recordó unas segundas para hacer ver lo diferente que era esa época de la actual en lo que al trato con las figuras se refiere: se presentó en donde los jugadores del Barça hacían sus entrenamientos y fue haciéndoles unas preguntas a cada uno: Sadurní, Fuster, Muller y Pereda, quien, siendo el último y viéndolo ahí sólo le dijo que iba hasta Diagonal / Paseo de Gracia y le preguntó si quería que le llevase en su coche, como acabó haciendo.
Montroig no podía faltar en su relato, inicialmente hablando del Cine Martí, que regentaba su tío, y gracias al cual empezó a familiarizarse con todo lo relacionado con el cine.
Usando giros provocadores muy propios, ha dejado claro que procedía de “mala gent”: su familia formó parte del Casino Republicano y del centro obrero del pueblo.
Rápidamente empezó a hurgar en la historia del cine, gracias a apuntarse, al empezar sus estudios de ingenieros en unos cursillos organizados y llevados por Miquel Porter Moix en los que éste hablaba a sus alumnos y les hacía analizar plano a plano todo Griffith y todo el cine soviético a su alcance.
Teórico buen alumno de matemáticas durante el bachillerato, vio lo poco que eso le servía confrontado con el cálculo del primero de ingenieros, que repitió, para luego ya ir superando unos cursos que combinó con el trabajo en CPDA (Comisión de publicaciones de la Delegación de Alumnos), donde elaboraba en sus máquinas offset los apuntes de las diferentes asignaturas y hacía otro tanto imprimiendo y encuadernando los programas del CCI (Cineclub Ingenieros), donde acabó entrando tras la fusión de este histórico cineclub con el DAC (Departamento de Actividades Culturales), al que había entrado cuando se presentó voluntario para explicar en una sala de actos llena todo lo que pasaba en la proyección del “Octubre” de Eisenstein.
De toda la carrera de Ingenieros, además del enfrentamiento con un catedrático que le juró que evitaría que nunca sacara el título, ha destacado la asignatura cuatrimestral de Urbanismo a la que (como hice yo también) se apuntó voluntario en uno de los dos últimos cursos. La llevaba Carles Ponsa, que había sido ingeniero del ayuntamiento de L’Hospitalet, y utilizó con sus escasos alumnos un método dialéctico de choque gracias al que siempre sabremos en el futuro de cómo funcionaban las cosas en un proyecto como en el del polígono de viviendas de Bellvitge.
Ha entrado a continuación a hablar de su máxima faceta Hyde, de cuando entró en contacto con Pere Portabella y otros cineastas y acabó creando, junto a Joan Martí, la Central del Curt, una distribuidora de cine marginal, clandestina, que posibilitó la visión de películas fuera del circuito comercial por toda España durante la transición.
Sus películas de Cine Marginal fueron distribuidas también por esa misma distribuidora. Ahí están “Un libro es un arma” (sobre las quemas de librerías por comandos de ultraderecha) o “Can Serra”, sobre la primera objeción de conciencia al Servicio Militar Obligatorio organizada.
Ha cabido hasta el relato de unas cuantas vivencias de su servicio militar, realizado en el IMEC (Instrucción Militar de la Escala de Complemento, para universitarios). De su paso por la Academia de Artillería de Fuencarral durante el verano en que Franco tuvo su famosa flebitis, ha recordado la recepción que les hizo a todos los “aspirantes”, preseleccionando a “¡vascos y catalanes!” mediante un grito y mirándolos fijamente unos segundos a los ojos uno tras otro, para acabar diciéndoles que ya los conocía y los vigilaría de cerca.
Hizo las prácticas en el CIR de Marines, en Valencia, donde otro jefe les quiso obligar a comprar una biografía sobre Franco, con la explicación de que “no puede ser que se venda más la vida de los animales que la de Franco”.
El relato de su vida laboral ha supuesto todo otro capítulo, que nos ha permitido conocer detalles muy curiosos de la historia nacional y empresarial.
Entró a trabajar en Motor Ibérica cuando era “uno de los mejores informáticos de España” (sic), pues especialistas como él de Fortran, lenguaje del que había estudiado un curso, andaban muy buscados. Y ha puesto en antecedentes de la historia de la empresa:
Antes de la guerra existía Ford Ibérica, una filial de la empresa americana. Tras la guerra civil, la Ford se retiró y la empresa, con el nombre de Motor Ibérica, pasó a ser del Estado, inicialmente fabricando aún patentes norteamericanas que conservó. En el momento en el que la Ford lanzó un nuevo camión en Inglaterra, de nombre Thames (Támesis), aquí hicieron, traduciendo a otro río, el camión Ebro.
Llegado un momento los japoneses de Nissan compraron la empresa, que pasó a llamarse Nissan Motor Ibérica, pero con el tiempo, Nissan descapitalizada, falta de flujo de dinero, el pez pequeño (Renault) se comió al grande a nivel mundial (Nissan). Como Martí Rom pasó a ser la única persona de Renault en Nissan Motor Iberica, esta mañana también ha explicado de dónde venía la empresa francesa: de un amo, el señor Renault, que tuvo veleidades nazis y tras la guerra mundial vio expropiada su empresa, momento en que se llenó de técnicos socialistas y comunistas. Estos crearon otro clima, un estilo que, ha explicado, aún era notorio, frente al estilo jerárquico autoritario de Motor Ibérica, capitaneada, no se olvide, por Echevarría Puig, uno de los que fomentaron Alianza Popular en Cataluña.
No ha escatimado explicaciones de conflictos, en ese ambiente y situación, con otros mandos de la empresa, gente que, según ha dicho, “consideran al ingeniero como hijo de Dios en la Tierra, lo que es aborrecible”, pese a los cuales fue prosperando, llevando a cabo proyectos de informatización exitosos y llegando a ser director de informática de la Sociedad Comercial de las varias sociedades en las que, llegado un momento, se dividió la empresa. División que también ha tenido esta mañana una explicación -en clave de evasión de impuestos- que fue la que rápidamente captó como razón evidente de la operación.
Como debía bregar con la explicación de sus dos vidas, como Jekyll y como Hyde, aún ha arañado tiempo para hablar de su trabajo como escritor cinematográfico en revistas de la época, como director de documentales por cuenta propia, otros solicitados ligados a la Escuela o la profesión de Ingeniero o, finalmente, dentro del proyecto de 28 monografías -libro y documental- para el Cineclub Associació d’Enginyers. También como historiador de todo bicho viviente que se haya movido por Montroig del Camp (y en esa faceta podemos contar, entre otros libros y otros muchos artículos, con tres volúmenes sobre Joan Miró).
Cuando ya ha tenido agotado al auditorio, pero éste pensaba que ya había consumido toda la leña, ha entrado aún un poco a hablar de las barracas de piedra seca, que veía muy extendidas por el municipio de sus padres, y logró que fueran incluidas como bien cultural local, luego bien cultural de interés nacional y finalmente patrimonio de la humanidad, pues no otro sino él fue quien elaboró el proyecto que, con éxito, fue presentado por el gobierno catalán a la Unesco.
Ha estado bien, en la despedida, Ferran Ramón, disculpándole por la doble duración sobre lo previsto de su charla. Como ha dicho, dada su doble personalidad, hemos asistido a una doble sesión, a la que le correspondía, con toda lógica, doble tiempo.

Y arrancando a hablar.
 

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