sábado, 9 de marzo de 2024

¡Que viva Mexico!

Eisenstein en México. Aquí con Diego Rivera y Frida Kalho.

Comparación de perfiles hablando de una continuidad.

Cruzada por las sombras.

Protagonistas del relato de Eisenstein.

Eisenstein, director taurino. Escena muy cortada, compuesta a base de mezclas entre diferentes tomas, con planos curiosos, como los travellings de los toreros vistos con, en primer plano, los cuernos de un toro…artificial, queda lejos de la visión, por ejemplo, de un Carlos Velo o hasta un Boeticher, consolidando la impresión de asistir a una película en la que priman los aspectos más tópicos sobre Mexico.

Casualidades de la vida, ayer por la mañana andaba yo intentando revisar un texto muy interesante que hablaba de Eisenstein y, entre otras cosas, de las dificultades añadidas que para nuestra generación supusieron las pésimas traducciones latinoamericanas de su obra teórica y por la tarde veía "¡Que viva Mexico!” (1932) en su versión de los 70 de Aleksandrov.
El montaje de Aleksandrov en los 70 de todo lo rodado en Mexico por el equipo formado por Eisenstein, Tissé y él mismo, que los soviéticos recuperaron finalmente del MOMA neoyorkino, empieza por una introducción (como hay al final también una conclusión) sencilla pero eficaz, que aclara todo el proceso desde la ida del director a Estados Unidos en 1930, contratado por la Paramount, su rotura de contrato, cansado de estar ocioso y sin rodar, su recorrido seis meses por México para conocer el país, el propio rodaje de diferentes episodios de la película y el destino de ésta cuando se acabó la financiación.
Situados por esa introducción, pasamos a ver un montaje de lo rodado por Eisenstein, clasificado en un prólogo, cuatro episodios y un epílogo. Las copias que habían circulado con antelación a ésta, a veces con el nombre de “Tormenta sobre Mexico”, eran mucho más reducidas, limitadas a un par de episodios… y las recuerdo con una calidad de imagen tirando a nefasta. Aún así, está claro que Eisenstein no habría formado nunca este montaje, que no supone el “tour de force” de sus películas previas, sino algo mucho más ortodoxo, regido por la voz en off de Sergei Bondarchuck diciendo relatos argumentales, poetizados, dejados por Eisenstein y, sobre todo, no habría admitido nunca, me digo, esa música que lo acompaña, a veces con tendencia a la de “nivel de vida”, a veces melodías tradicionales dulcificadas.
Tal como se puede ver la película en esta versión de 1979, quizás el leitmotiv de toda la cinta sería la de la muerte, que aparece directa o indirectamente.
En el prólogo podemos apreciar una enorme continuidad entre la fisonomía de los relieves de los grandes centros precolombinos y los perfiles de los habitantes actuales del país. En el episodio “Sandunga”, quizás el más bello, junto al anterior y quizás alguna secuencia del violento posterior “Magüey”, aparece un relato con un noviazgo y boda siguiendo las tradiciones populares. Una secuencia en una canoa me ha recordado fuertemente el posterior “Louisiana Story” de Flaherty, y es el trozo de la película en el que se pueden observar trazos de la dinámica organización del cuadro, con diagonales y movimientos opuestos, similares a los que podían verse, por ejemplo, en “El acorazado Potemkim”. También hay algún raccord muy estudiado, entre la forma de una hamaca y la de un collar que representa el ajuar de la novia, pero debe ser debido, seguramente, a Aleksandrov. Las sombras, eso sí, cruzan los rostros de las campesinas, logrando, al margen de ciertos significados fácilmente deducibles, una estética muy elaborada.
El episodio “Fiesta” lleva ese nombre por la dedicada a la virgen de Guadalupe, preocupándose Eisenstein de que entendamos que los sacerdotes, llegados con los conquistadores españoles, se aprovecharon de las creencias previas, que procuraron perpetuar… cambiando pequeños elementos, pero conservando toda su infraestructura.
Este episodio convierte también a Eisenstein en director de un film taurino, pues se sigue en él las diferentes fases de una corrida de toros
El episodio “Maguey” acerca la película a ciertas formas del western. El derecho de pernada de un propietario en régimen casi feudal lleva a un final trágico, con unas de las imágenes más icónicas del film, que siempre me han llevado a pensar en el “Duelo a garrotazos” de Goya y en la estética de ciertos films de samurais de Kurosawa.
Aleksandrov dice que no se pudo rodar nada del previsto episodio “Soldadera”, que habría llevado a este sometido pueblo a una revolución como la que tuvo lugar en la segunda década del siglo XX. Sólo alguna fotografía conservada nos acerca a su contenido.
Finalmente, el epílogo nos presenta la desenfrenada fiesta de los muertos. Todo el mundo, disfrazado de muertitos, desafían a la muerte, burlándose de ella.

Maguey

Aspirando la pulpa del Maguey.

Una de las escenas más icónicas de “¡Que viva México!”

Y la despedida con los muertitos, aquí dirías que bailando el “Rascayú”.
 

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