sábado, 12 de noviembre de 2022

Siete Jereles


¿Recapitula Gonzalo Garcia-Pelayo y por eso le presenta “Siete Jereles” (Pedro G. Romero y Gonzalo Garcia Pelayo, 2022) retrocediendo por las calles de Jerez de la Frontera, mientras se cruza con gente que avanza normalmente? El caso es que vuelve, en ese año de rodar cine por todo el mundo, a Andalucía, a Jerez, y se envuelve, se arropa con sus músicas.
Caballos corriendo libres en penumbra, luces de la ciudad al fondo. Son los caballos jerezanos los que nos llevan al interior de sus calles, sus cascos resonando por los adoquines y otros pavimentos, mientras se presentan los títulos de crédito. Corte y aparece Jerez en el blanco y negro de un documental o programa (¿”Rito y Geografia del Cante”?) de por 1970. Y, sucediéndose con rapidez, vemos placas de calles jerezanas con nombres asociados al flamenco. Vaya por delante que mi abuelo era de Jerez de la Frontera. La conexión emotiva con la película, conseguida en sólo unos pocos, preciosos, minutos. Más tarde reflexioné sobre la sorpresa y emoción que se habría llevado si, en un ejercicio imposible con el tiempo, se la hubiera podido proyectar…
Esta mañana me he dicho que disponía de un momento para ver un trozo de “Siete Jereles” y así no retrasar más su visión esperando disponer de las dos horas que dura. Pero, una vez iniciada con ese espectacular encadenado de cosas que presenta, ¿a ver quién es capaz de dejarla a mitad? La he visto hasta el final, retrasando todo lo demás.
Gonzalo continúa caminando hacia atrás y, como el avance de los siete caballos sigue, ves claro que se producirá el encuentro, que tiene lugar en la Peña La Bulería. Allí José de los Camarones -el que tan bien sabe anunciar el género en venta- inicia los cantes e interpretaciones musicales -hay hasta guitarras eléctricas- que van sucediéndose en una continuidad perfecta durante todo el resto de la película.
Reconforta ver cómo tiene lugar ese encadenado, con una cámara que se mueve continua, pero majestuosamente. Ahí, al principio, ves al cantaor y la cámara te lleva a otros… que acabando su intervención se levantan y tienen una salida grupal del edificio en el que estaban que me ha recordado a cómo salen del estudio todos sus ocupantes al empezar “Annette”. Más adelante, por ejemplo, ¡cómo irrumpe la cámara en el teatro y entran en juego las tres chicas violinistas y el contrabajo para seguir más tarde con otros en ese mismo espacio! O, avanzado ya el film, saliendo de otro de los increíbles escenarios -una iglesia con su dorado retablo iluminado- atravesar la cámara en retroceso (como GGP, si bien aquí da la impresión de que es, más que nada, para adquirir perspectiva) su portal e ir pasando sin frenar del cante de uno a otro cantaor que van apareciendo y siendo dejados atrás en su camino, hasta que unos truenos anuncian un cambio de tercio, que se materializa con la lluvia posterior, en una de las opciones de ese montaje realizado por Sergi Dies, de quien supe por vez primera como montador de Joaquín Jordá. En resumen: una serie de tours de force escenográficos como para que ya nadie pueda decir que, de esa manera, es fácil hacer 10+1 películas en un año: todo lo contrario.
¿Va la cámara siempre en retroceso? No, porque hace otro tipo de movimientos, pero nunca se tiene la sensación de una cámara incisiva, que te quiere obligar a ver esto o aquello. Todo parecen encuentros fortuitos, felices encuentros a los que lleva el azar, en una noche fantástica, que tiene ese halo de irrealidad que suelen acarrear las noches acertadas.
Otro protagonista de la función es el dron, que eleva la cámara hasta contemplar -siempre de noche, recuérdese- los patios con vida, iluminados, de la ciudad. Seguramente consciente de las críticas que muchos ponemos al uso excesivo del dron últimamente, una escena de la que no puedo evitar ver su ironía nos presenta una ceremonia de ascensión a los cielos de uno de esos aparatejos, ante las alabanzas casi a capela del coro que luego oímos, pero vemos quedarse en el patio desde el que ha ascendido, tomados desde la cámara del mismo dron en cuestión.
Los siete jereles corresponden a los siete aspectos de Jerez presentados por la película , que aparecen anunciados en siete carteles numerados. Pero hay también uso de frases para acentuar algo, a las que tan aficionadlo es Gonzalo Garcia Pelayo, aquí concentradas en intertítulos de fondo rojo. Una, por ejemplo, es ésta que he anotado:
“En todas las partes del mundo
sale el sol cuando es de día
y a mí me sale de noche
Hasta el sol va en contra mía”
Está colocada tras la aparición de los dos hermanos Garcia-Pelayo, Gonzalo y Javier, quienes, recordando y paseando por Jerez, llegan a la casa de su infancia.
Quizás haya que recalcar otra vez que la noche es otra de las grandes protagonistas de la velada, pues nada está rodado de día. Pasean por la noche hasta las que se confiesan diurnas, mientras un letrero recalca:
“El sol cuando es de noche”
También va la cámara en retroceso cuando pasa entre los miembros de la banda municipal en formación, bajo unos soportales, seguramente improvisados ante la aparición inesperada de la lluvia. Y, en ese momento, viendo los rostros de los diferentes músicos de la banda tocando, me he imaginado la ilusión que les hará verse (y que les vean los suyos) en una película que será ya para siempre la película de Jerez.
Más cosas: nombres. La película está firmada por Gonzalo Garcia-Pelayo y Pedro G. Romero, quien hace un cortísimo cameo y además es quien firma el guión. Está, desde luego, emparentada con otra hecha por ambos al alimón, “Nueve Sevillas”, con lo que ya tiene película GGP de sus dos ciudades andaluzas, o de las tres, pues también está, aunque diferente, “alegrias de Cádiz”. Viendo “Siete Jereles” y su perfección visual, creo que es de justicia también destacar el nombre de su director de fotografía, Alex Catalán.
Poco frecuentador de actuaciones de flamenco, la película me ofrece la oportunidad -la suerte- de conocer a gente como Diego Carrasco, en este caso rodeado de lo que me recuerda a los comparsas estilo carnaval de Cádiz. O a muchos otros para mi anónimos artistas, que cantan cosas como ésta:
“Hay estrellitas del cielo
que yo las cuento y no están cabales.
Faltan la tuya y la mía
Que son las principales”
Viendo, por el final, en lo que un intertítulo señala como “la noche de los proletarios”, a un modesto y sorprendente cantaor y bailarín, allí evolucionando pegado a la puerta de una casa, recupero el lápiz y, yendo a la impresión global causada, escribo:
Un monumento.


 

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