Eso de la edad comporta que te interesen las visiones de ciertas cosas que maldita la gracia que te hacían en su día. Por ejemplo, esos SEAT 1500 alargados de los que disponían unos cuantos los grises, la policía armada. Se ven en el inicio del primer capítulo de la serie de Pedro Costa Muste, “La huella del crimen”, que parece se vuelve a pasar por la segunda cadena de televisión.
Después de comer, para hacer la digestión, me he visto ese primer capítulo, “El Jarabo” (1985), que realizó Juan Antonio Bardem y que me ha sorprendido positivamente con cómo efectúa el enlace con su primer flashback. Luego los siguientes ya son más anodinos, pero vaya.
Me ha resultado, sobre todo, bien ambientados esos años 50 en los que figura suceder los hechos narrados, como siempre relato de un truculento y sonado crimen. José Sancho interpreta al protagonista, siempre de una (engorrosa) enorme vitalidad ocasionada por su consumo de drogas. En sus andanzas se mete en un cine en el que Bardem coloca un NO-DO muy bien escogido (con Don Claudio y señora saludando en la Granja al cuerpo diplomático, seguido de unos bailes folclóricos), pero también en Chicote, en un cortijo con bailaoras de los alrededores de Madrid, cercano a la base de Torrejón, o incluso por unas calles y tiendas de la ciudad que cuando se rodó la serie no habían variado de aspecto casi nada respecto a las de finales de los 50.
Bardem introduce a un impagable compañero suyo del PC -Antonio Gamero- en un pequeño papel como taxista, de la misma forma que en la comisaría hace aparecer a un comisario ajeno a la Brigada de Investigación Criminal, alguien más cercano a sus conocimientos (un animal de la Brigada Político y Social). Incluso se permite hacer una broma que igual no es broma y es totalmente cierto, señalándose como compañero de clase en el Colegio del Pilar (donde creo recordar que sí hizo su bachillerato) del propio Jarabo y de Martínez Bordiu, el yernísimo
Para culminar el majo ambiente de una época no dejándote entrar en nostalgias idiotas, por el final aparece también un sórdido garrote vil, funcionando.
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