Siempre está bien volver a ver, aprovechando por ejemplo que la pasaban en la Filmoteca, “Tirez sur le pianiste” (François Truffaut, 1960). Como largometraje inmediatamente posterior a “Les 400 coups” (1959), quedó muy lejos de las expectativas de un público que había acudido a ver en masa esta última y permaneció luego siempre bastante apartada, en un callejón secundario. Y, sin embargo...
Sin embargo “Tirez sur le pianiste” contiene, en mi opinión, unas cuantas de las escenas más bellas de toda la filmografía de Truffaut, junto a algún tour de force de puesta en escena, y todo ello al lado de chistes visuales (¡que se muera mi madre si..!), un final a lo cine negro americano, acciones bufas de unos gangsters de pacotilla y sabrosas canciones de taberna (ese magnífico “Framboise” que canta Boby Lapointe).
Vamos a mojarnos. Como escenas bellas donde las haya, que además entroncan con características básicas del cine de Truffaut, yo señalaría esas finales en que vemos a Marie Dubois corriendo, a través de las ramas de los árboles y deslizándose por la nieve de esa colina con paisaje invernal. Pero aún más esa otra que siempre rememoro: Edouard Saroyan (Charles Aznavour) ha recibido una confesión de su mujer Thérèse (Nicole Berger). Se dice que debe reaccionar de una determinada manera, pero lo hace de una absolutamente contraria. Cuando se da cuenta que ha cometido un terrible error corre a subsanarlo, pero ya es demasiado tarde.
Los tours de force de puesta en escena yo los situaría, sobre todo, en esa escena de la prueba de piano en off de Edouard Saroyan, tras cruzarse con una chica que ha hecho lo mismo con su piano, enlazando en un vertiginoso racord con su éxito como pianista y su cambio de vida consecuente, así como en ese par de largos travellings en los que la cámara sigue en su paseo nocturno a la pareja formada por Lena (Marie Dubois) y Charlie (Charles Aznavour), él escuchando a su voz interior, pero sin acabar de dar rienda suelta a sus intenciones. En el primero de ellos nos podemos fijar en esa clarísima sombra de la cámara que ha rodado la escena. Y podemos empezar a elucubrar y discutir si, aunque quizás surgiera de un error inicial, Truffaut la dejó ahí en un insospechado avance de varias décadas a ese metacine producto de un director que quiere dejar constancia de su presencia como hacedor de la ficción.
Siempre, suelo decir, sacas algo nuevo de una visión de una película que creías tener muy presente. En esta ocasión ha sido ver cómo el personaje de Aznavour, triste de por sí, se encuentra en su vida con una mujer que tiene dentro de sí aún más tristeza y que dice cosas como que “cuando empieza una noche, ya no puede pararse”.
Una última observación: “Tirez sur le pianiste” confirma ese hecho tan presente en las películas de Truffaut: lo cerca que tiene la felicidad la desgracia más profunda.
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