jueves, 25 de abril de 2019

The great Buster

“Buster contra la infección sentimental”, se llamaba un librito de los originales Cuadernos Anagrama, editado por Jos Oliver y José Luis Guarner, sobre el gran Buster Keaton. Ese título ya explica mucho, constituyendo para mí una de las mejores aproximaciones a la definición del personaje.
Si en 2018 un cineasta de renombre y al menos un enorme título en su haber como Peter Bogdanovich presenta un documental como “The great Buster”, uno debe hacerse de tripas corazón e ir a verla en cuanto sepa que se exhibe, y esa circunstancia se dio ayer en la Filmoteca. “Dirá algo nuevo”, piensas.
Pues no: No sólo la película viene a ser la enésima repetición de lo ya visto o leído sobre la obra de Buster Keaton, sino que la supuesta forma autoral de Bogdanovich brilla por su ausencia, dejando el largo documental en una cansina repetición, muy televisiva, de frases sueltas altisonantes, de los más variopintos personajes (van apareciendo toda una retahíla de personalidades del cine, expresando con gran sentimiento su asombro acerca de lo que lograba hacer BK) intercaladas, rompiendo el efecto, con minúsculos cortes de sus películas, enlazadas por la voz de un narrador.
Tarantino, uno de ls muchos que salen sin decir nada de interés sobre el personaje. Eso sí: con mucho énfasis y sentimiento.
Has de esperar a que hayas llegado a lo que creías era el final del film, porque ya se había acabado el poco preciso recorrido cronológico por la vida y carrera de Keaton, para que casi desaparezcan los pesados y televisivos bustos parlantes y aparezcan cortes más largos de las películas, pero entonces se reducen a sus grandes largometrajes de los años 20, que ya hemos tenido ocasión de ver varias veces, perdiéndose pues la ocasión de ver en condiciones algo parecido de sus películas menos proyectadas.
Por suerte, muy, pero que muy fugazmente, se ha podido ver la tranquilidad con la que BK, a la sazón novio en una ceremonia recibida por el paisanaje arrojando a la pareja botas y todo lo que tienen a mano, observa un par de botas en relativo buen estado y, ni corto ni perezoso, se las guarda debajo del brazo. Es un serio -como todos los suyos- gag de “A week”, uno de sus extraordinarios films iniciales de dos bobinas. O cómo clava el asiento de su coche a la casa que acaba de construir para arrastrarla con su coche y sale disparado adelante el coche, quedando él y su asiento pegado a la casa inmóvil, otro gag característico marca de la casa. De hecho, de una poco vista película cercana a 1937 vemos cómo se clava unas botas al suelo y justo entonces le saca una chica a bailar, con lo que debe contorsionarse ahí fijado.
En una de las raras películas de los años 30.
Ahí, en el análisis o simplemente la muestra de estas escenas, quizás haciendo una cierta clasificación, podía haber estado la base de esta película que, cuando saca alguna, como la archiconocida de la fachada de la casa que cae sobre su personaje, que aflora milagrosamente por el hueco de una ventana, resulta que lo hace básicamente para que anodinos realizadores actuales nos hagan ver cómo lo imitaron ellos en sus films, o para saber la gran influencia que tuvo Keaton en las escenas de Spiderman, privado de rostro expresivo por su disfraz. En fin: consolémonos pensando en que por lo menos hemos podido ver, gracias a la sesión, alguno de los jocosos anuncios de Buster Keaton, ya mayor.
En la tele, al final de su vida.
En cuanto al repaso que el documental hace a su vida familiar, con sus dos fallidos matrimonios, alcoholismo y recuperación gracias a su tercera y definitiva mujer, digamos simplemente que, desgraciadamente, Bogdanovich y quienes aparecen relatando los hechos no habían leído el librito del que hablo al principio o, cuando menos, no habían sopesado el significado de su título. Una lástima.

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