En bicicleta por los márgenes del río de Yokohama. |
El otro día tuve el desliz de señalar a Teresa que, en vez de eso de pensar en un viaje organizado por Sri Lanka, otra cosa bien diferente sería, ya puestos, alargarse hasta el Japón. ¡Lo que dije! Cenamos la otra noche con nuestras hijas y ya les anunció solemnemente que el año que viene iríamos al Japón...
Así las cosas, no dejas de lanzar una especial mirada a películas que te ofrezcan una visión novedosa sobre ese país. Si "Morayama-san" (Ila Bâke y Louise Lemoine, 2007), de la que hablé ayer, te invitaría a organizar un viaje para observar esas curiosas zonas residenciales que conoces por películas, las dos películas vistas ayer en el "Descubrimiento de un arquitecto" de la Filmoteca ("Extremely Good Landscapes", de Takashi Humma, 2004 y "The man who became a camera: photographer Takuma Nakahira”, de Masashi Nohara, 2003), con los paseos en bicicleta del envejecido y desdentado Nakahira, cámara en ristre, recorriendo los bordes del río de Yokohama, que más parece una cloaca canalizada, y los entornos de casas horribles por los que se mueve, yo diría que te haría sacar de la cabeza cualquier veleidad en forma de idea de viaje al Extremo Oriente.
En Okinawa. |
Impresiona la historia de Nakahira: Miembro en los 60 de la revista “Provoke”, que se dedicó en cuerpo y alma a hacer una fotografía combativa, por su rompedora forma, con cuerpos y contrastes en blanco y negro siempre en movimiento, pero también por sus temas (documentaron las batallas campales de los manifestantes contra la policía durante las protestas contra las bases de Okinawa). Cambia entonces de fotografía, en un proceso de búsqueda que queda patente en los libros que escribió, ahora uno de ellos editado por el trío de fotógrafos “Ca l’Isidre”, que presentaron la sesión. Pero poco después entra en coma (gracias a los documentales sabremos que se trató de un coma etílico) del que sale habiendo perdido la memoria, haciendo unos diarios (que escribe, entre otros peregrinos sitios, en las cajetillas de su tabaco “Hope”, y donde recoge que sistemáticamente se acuesta a la 1,50 y se despierta a las 7h, haciendo más tarde una siesta de 30 o 40 minutos) para ir recuperándola y, sorprendentemente, pasa a hacer una fotografía de gran simplicidad, cercana a la que buscaba.
En un encuentro de fotógrafos, donde quería cantar y bailar. |
En ambos documentales vemos a un arrugado Nakahira, que parce haber quedado en perpetuo estado etílico, en encuentros con otros fotógrafos japoneses, yendo en bicicleta o a pie junto a cursos no muy vistosos de agua, captando plantas o niños con su cámara, o bien en viaje a Okinawa, para recuperar las sensaciones de antaño.
Una de las fotos en blanco y negro iniciales de Nakahira. |
Yo habría pasado únicamente uno de los dos documentales, que son similares. El segundo, por ejemplo, que ya era de 90 minutos, y tiene menos caprichos autorales. Confesaré que me cautiva la historia de Nakahira, aprecio la directa sencillez de sus últimos encuadres, pero también diré -herejía- que sus últimas fotos no me dicen gran cosa.
Y una de color de su última fase. También tiene muchas con trozos de plantas y así. |
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