Óscar Tusquets explicaba en uno de sus libros que existía un premio de arquitectura que se entregaba no a edificios que acabaran de hacerse, sino a otros que ya llevaran diez años proyectados. De ese modo podía verse cómo habían reaccionado a la ocupación por sus destinatarios.
Para hacer "Koolhaas Houselife" (Ila Bêka, Louise Lemoine, 2013), proyectado en la Filmoteca, sus realizadores -presentes ayer en la sesión), parecen haber pensado de forma parecida. Hacen un documental sobre un edificio de Rem Koolhaas en las afueras de Burdeos, pero en vez de presentar el edificio mientras entrevistan al propietario o al mismo arquitecto, lo que hacen es seguir a Guadalupe, la española que se encargaba de su cuidado y limpieza, así como a su marido, al electricista y otros técnicos que intentan atajar los múltiples problemas que le surgen por todos lados.
La primera escena del film ya representa todo un choque. Guadalupe (ver imagen) asciende con sus instrumentos de la limpieza cotidiana en una plataforma que se eleva, con fondo de una buena estantería de libros, mientras suena música clásica, en una aproximación que dicen Bêka y Lemoine les fue inspirada por films de Kubrick.
A partir de entonces la película muestra, estructurada en cortos capítulos separados por una pantalla en negro en la que aparece un rótulo con su título o una frase, siempre con fino tono irónico, a la propia Guadalupe o a su marido explicándonos de palabra y mostrándolo con su actuación, las dificultades para subir por las escaleras ideadas con todo su instrumental, para pasar esa pasarela exterior elevada que une dos cuerpos de la casa en la que tropiezan entre sí sus dos puertas o bien mostrando como se quema la vegetación del jardín al reflejar en él el sol de la chapa de la fachada, que alcanza temperaturas enormes.
La cosa alcanza efectos mayúsculos cuando vemos cómo debe actuar el equipo que limpia las amplias superficies de cristales de una casa que, como señala Guadalupe, parece sustentarse en el aire, porque no tiene paredes o, sobre todo, viendo a los técnicos haciendo las “pruebas positivas” por las que, aportando agua por algún punto, ésta aflora por todas las junturas y otras inesperadas superficies, deformándolo todo.
Hay un momento, en el capítulo “Cuando se toca algo...” en que el film te recuerda irremisiblemente a “Mi tío”, acercamiento que me pareció corroborar el que en el plano siguiente Guadalupe mirara hacia el exterior desde una de esas ventanas redondas como las que parecían ojos en el film de Tati. Por si no quedara claro, bastante más tarde, en un televisor vemos que se está proyectando la escena en que la propietaria de la casa moderna enchufa el chorrito de agua a la fuente-delfín y acude siguiendo las baldosas del jardín a recibir una visita. Pero es que está claro que “Mi tío” se erige en referente cuando se señalan los aspectos risibles de una construcción moderna.
Como la “Maison à Bordeaux” de Rem Koolhaas recibe también el nombre de Maison Lemoine, ya supongo, viendo la coincidencia de apellido de la corealizadora, cómo ha sido posible la obtención del permiso para el rodaje de un film de estas características, e incluso el nihil obstante del propio arquitecto.
Pero, siendo la crítica de las malfunciones de la casa feroz, me ha parecido descubrir también, en unos cuantos planos, una cierta rendición ante la perfecta estética de unos cuantos rincones, al placer que debe ser poder gozar algún que otro momento de una tranquila estancia si no se debe limpiar o arreglar algo. Porque la casa no deja de mostrarse como muy bella. Bêka y Lemoine explican que ésta fue su primera película, muy ácida, y que luego ya tuvieron tiempo de dulcificarse y encariñarse con las casas que filman, como demuestra “Moriyama_San” (2017), también proyectada. Pero de eso ya hablaré en otro momento...
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