Dicen que Nicolas Philibert sufrió una embolia y, estando un tiempo en un hospital, se fijó en toda esa gente que estaba por ahí haciendo prácticas de enfermería. De ahí surgió “De chaque instant” (2018, Festival d’A), centrada en la formación recibida, con clases teóricas y prácticas, en una escuela de enfermería. Una película que viendo de qué iba no habría ido nunca a ver... de no estar hecha por Philibert.
¿Como iba a afrontar el tema? Te preguntas. En un principio lo hace igual que sí se tratase, por poner otros documentos que ha realizado, de hablar de las actividades cotidianas de la casa de la radio, o el Museo de Historia Natural, o el Louvre. La primera escena es una muestra. Uno tras otro, cada estudiante va lavándose meticulosamente las manos, para luego detectar en una máquina si ha quedado algún punto de su piel sucia.
Se nos muestran varias clases colectivas (como la de la foto, para poner inyecciones), más tarde acciones individuales con el apoyo de un veterano, finalmente solos ante el paciente. En algún momento -es verdad que muy pocos- una pausa entre la presentación de una actividad y otra te trae a primer plano la marca de fábrica de Philibert y te das cuenta por qué te llegan sus películas: La cámara filma otro espacio, en el que se palpa el silencio, ajeno a todo lo que hemos estado viendo, dando aire para pasar a otro tema, o a otra variante del tema. En una ocasión, justo antes de llegar al paso definitivo hacia los pacientes de carne y hueso, el silencio se da entre planos de maniquíes diferentes que han sido empleados para simular la presencia humana, almacenados por aquí y por allá. Hasta ahí ha sido casi un juego. A partir de entonces, esa humanidad que casi otorgamos a esos muñecos abandonados, se hará presente, hasta que casi hiere cuando los estudiantes hacen su stage en un hospital.
Pero debo sincerarme y explicar que he pasado una crisis de sueño durante la proyección. No he caído abatido del todo ni perdido la conciencia de forma absoluta, pero no puedo juzgar la película con justicia. En ese estado de duermevela, eso sí, he visto que la mirada de Philibert, más que hacía los pacientes, iba plenamente dirigida hacia todos esos jóvenes que iban aprendiendo a enfrentarse a todo un mundo. Quizás sea producto de ese estado beatífico que he alcanzado que he sacado la conclusión de que, aún con dificultades, siempre tienen a alguien que les da soporte y les orienta para cumplir con su vocación y con la sociedad.
De estas cosas deberían ir, sin palabras altisonantes, las discusiones sobre programas políticos en las elecciones. Veremos si lo que salga de ellas, que se conocerá en unos minutos, permite aún tener esperanza en que se podrá ir por ahí.
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