Hay una imagen en “Hotel by the river” (Hong Sang-soo, 2018, D’A Festival) que debe ser de las más depuradas de su autor. El personaje del escritor (y pasa igual también con las hermanas) se pasea por el terreno cercano al hotel, junto al río. Ha nevado, la película es en blanco y negro, y el blanco lo domina todo. Una composición muy estudiada da sus frutos. Se para junto a un escuálido arbolito, casi un matorral, tan solitario, tan desamparado en medio de la inmensidad blanca como él (como ellas).
La película se ha iniciado con unos títulos de crédito no escritos, sino dichos por la banda sonora, a lo Godard, y una escena muy buena, que te hace ver que vas a seguir a unos personajes tocados, que arrastran alguna pérdida de la que están en recuperación. El que luego sabremos que es escritor está en su habitación de hotel, se levanta de la cama y se dirige hacia el balcón. A través del cristal algo envelado le vemos observar el río que corre al frente y el paisaje de la otra orilla, pero la cámara efectúa una panorámica vertical hacia abajo, que nos permite apreciar que en los márgenes del rio, justo abajo del balcón, en la misma posición vertical que el escritor, mirando igualmente al río, hay una chica, que más tarde veremos tiene la mano herida. Una manera de emparejar vidas y circunstancias.
Es un Hong Sang-soo químicamente puro, en el que aparecen un improbable escritor, sus dos hijos (y entre ellos un improbable director de cine), dos hermanas, una admiradora (todos con una vida que podría haber sido, pero no es en absoluto satisfactoria), una gasolinera, un restaurante sede de una borrachera colectiva, alguna que otra broma tonta y aportación feista,...
Pero también me ha dado la impresión de que es un Hong Sang-so (quien reparte por sus diferentes personajes el encargo de ser alternativamente su alter ego) más profundo que de costumbre. ¿Será la edad?
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