viernes, 15 de marzo de 2019

Maya

Hacía mucho tiempo que habíamos dejado la costumbre de ir al cine el día de estreno de determinadas películas. La experiencia nos ha resultado muy positiva y nos hemos dicho que, por mínimamente favorable que se ponga la cartelera, reincidiremos.
El ensayo ha sido con “Maya” (2018), de Mia Hansen-Løve. He acudido a verla sin haber leído nada sobre ella, y me he puesto a ver qué del film me lo acercaba a su realizadora. Al principio sólo era una cosa circunstancial: la chica que hace de antigua novia del protagonista me la ha recordado físicamente. Pero en seguida he empezado a ver cómo de llena de trayectos está la película y rápidamente he visto por ahí su mano.
Sus personajes están continuamente en tránsito, como para dar con un asiento que les cuesta encontrar. Eso es así muy lógicamente para Gabriel, al que acompañamos al otro lado del mundo, a la India, donde va para ver si expulsa de sí el trauma que acaba de sufrir. Pero también lo es con otros personajes del film (Maya, la madre,...), en continuo vagar a pie, en moto, coche o bicicleta. Por haber, hay hasta un viaje en tren con los mapas de las zonas de la India que se recorren sobreimpresionados.
Hay en la película música diegética (la canción a capela de la antigua novia), música diegética que se transforma en no diegética y luego ya, decididamente, música de ambiente, con una serenata de Schubert que se convierte en una especie de leitmotiv.
Y luego está Maya, claro. Que no se llama así por casualidad. Pero hay más: Está en un momento descansando con Gabriel en un pequeño montículo y le dice unas cosas -ahora no recuerdo cuáles- que me han transplantado a los razonamientos de esas tres amigas de “The river” (Jean Renoir, 1951) dejando atrás la adolescencia.
Tiene algo, no lo negaré, y eso sería negativo, de película típica “de viaje”, con apariciones, sospechosa e inverosímilmente casi sin gente, de unos cuantos y preciosos sitios turísticos del sur de la India, que influyen algo tópicamente, desde luego, en el estado de ánimo de los personajes. Pero no me ha parecido excesivo: hay un plano en el que vemos que la pareja se dispone a contemplar una puesta de sol igual que otros cuantos turistas, en un sitio que debe ser de esos que aparecen en las guías por este motivo. Pero el plano apenas si dura dos o tres segundos, sin refocilarse como sería de rigor. Mia Hansen-Løve nos ofrece sólo una discreta mirada impresionista.

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