Recuerdo que a principios del los 70 (debería ser 1973 o 1974) Paco Betriu nos presentó a José Luis García Sánchez. Persona -como Betriu- con una conversación riquísima, estuvimos en el Navarra del Paseo de Gracia hablando de todo. Le pedimos información sobre los cineastas valiosos a los que, viviendo y trabajando en Madrid, no teníamos acceso fácil. Por supuesto el nombre de Basilio Martin Patino apareció en seguida. Garcia Sánchez, de hecho, llevaba un tiempo trabajando para él. “Patino está haciendo una película de la que no se puede ni hablar, porque si se enteran no sé qué pasaría”, explicó.
Esa película era “Caudillo”, que se pasó ayer en La 2 de RTVE y he vuelto a ver esta tarde. Nada más comenzar, divierte reconocer, entre las voces en off de la película (con un sonido, por cierto, muy deficiente, supongo que debido a las malas condiciones de producción), la de Antonio Gamero. Luego, en los escuetos títulos de crédito, quedaron reflejados, además de José Luis García Sánchez, nombres como los de Bernardo Fernández, configurando así toda una troupe de amigos, con afinidades políticas, que se dedicaron al cine, colaborando siempre entre ellos.
Patino y sus ayudantes recogieron y trajeron desde archivos extranjeros y de todos lados fotografías, pero sobre todo reportajes de la época que en el momento en que se permitió el estreno de la película (1977) apenas se habían visto. Seleccionaron las tomas que les interesaron y las montaron acompañadas de músicas populares del momento. “Canciones para después de una guerra”, aunque prohibida, ya se había hecho, por lo que Patino ya estaba ducho en la materia.
La película se anuncia centrada en Franco, pero la verdad es que, junto a la biografía de éste, explora en realidad la guerra civil y sus antecedentes. Es un montaje con una estructura rara, porque de hecho lo que explica no sigue estrictamente un orden cronológico, habiendo acontecimientos por los que se pasa hasta tres veces. Pero Franco, en su ascenso meteórico en la carrera militar, señalando la casualidad de la muerte accidental de sus máximos rivales en la dirección del Glorioso Follón, está siempre por ahí atrás.
Viéndola ahora te dices que tampoco es una película tan radical. Va dando la palabra a unos y otros. A “nacionales” y a “rojos”. Cada uno explica los hechos a su aire. Con un aire marcial, subiéndose por las nubes en un lenguaje florido difícilmente soportable por lo asfixiante, los primeros. Con arengas que intentan insuflar un optimismo que cuesta creer, los segundos. Sólo de vez en cuando, como es el caso del escrito desengañado final de Unamuno, existen acusaciones directas que no suenan a proclamas. Pero radical o no en sus planteamientos, en esos años la guerra civil y no digamos la figura de Franco era aún inviolable, con lo que la película ya se hizo sin esperanza de que pudiera verse... inmediatamente.
Ahora, cuando ya los documentos que aporta los conocemos por haberlos visto con frecuencia, al margen de la emoción de alguna imagen, de la rabia incitada por algún discurso, te vence, o al menos a mí me ha pasado, una enorme pesadumbre. Es difícil no pensar que ciertas cosas parecen reproducirse hoy en día, y te angustias pensando que, más allá de los heroísmos o lo que fuera que te podían haber arrebatado en su día, lo que prevalece es ese montón de muertos, de heridos, de sangre, de destrucción.
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