Ha habido presentaciones de “Per amor a l’art”, el ciclo que la Filmoteca organiza desde hace años con el MNAC, en las que te desesperas. El presentador cree encontrarse ante una clase de teoría del cine o algo así, destripa la película hasta su final y se eterniza en su discurso, no teniendo en cuenta que quizás la gente haya ido simplemente a ver la película posterior, que puede ser ya de por sí larga.
No ha sido así hoy, por suerte, en la presentación de “Final portrait. El arte de la amistad” (Stanley Tucci, 2017). Lamento no recordar el nombre del miembro del staff de la Fundació Miró, porque la ha bordado. En media hora muy bien aprovechada, proyectando imágenes, ha ido definiendo las características de la obra de Alberto Giacometti, comparándola con la de Joan Miró, mostrando unas correspondencias que no sólo no huían de materia, sino que ayudaban mucho a la comprensión de la obra del artista, enmarcándola en las corrientes artísticas de su época.
Para redondear la tarde y pese a que creía que iba a salir echando pestes de la visión de la película, ésta me ha parecido una aproximación a Giacometti de lo más interesante. Sólo sabía que era una ficción, pero no un típico “biopic”, que le dicen ahora, y eso me aterraba, porque yo hubiera preferido mil veces un buen documental.
Jugando con el parecido de un actor, muy metido en su papel, como Geoffrey Rush, la película no sé si será fiel a la verdad del personaje -que creo que sí-, pero explica un montón de cosas sobre su carácter que, cuando menos, resultan muy verisímiles, y casan bastante con las informaciones que sobre él y su entorno me habían llegado.
Lo consigue centrándose en el retrato que, nos explica Jim, un escritor americano, le pidió un día Alberto Giacometti hacer sobre él como modelo. “Serán un par de horas, máximo una tarde”, le dice. Y luego la cosa se alargó... Sesiones haciendo de modelo le permiten a Jim y a nosotros como espectadores ver el mítico estudio y vivienda parisinos de los dos hermanos Giacometti, sus diferencias de carácter, las manías de él, siempre con una eterna colilla en la comisura de los labios, su manejo con el dinero, sus relaciones con su mujer, Anette y con una amiga prostituía que entre otras cosas le hace de modelo...
Esa determinación en únicamente seguir sin desfallecimiento esas sesiones y todo lo que las rodean es una apuesta que puede hacer para ciertos espectadores pesada la película, pero, sí se admite esa premisa, se recogen de ella una serie de frutos, y no es el menor dejar sentado el esbozo del carácter del pintor y escultor, así como sus métodos de trabajo. No es poca cosecha, para una película que, además, puede pasar por agradable.
El punto de vista (aquí el de Jim, el escritor americano, con el que nos identificamos como espectadores) es básico y me ha parecido que en los -escasos- momentos en que se perdía ese punto de vista, la película naufragaba.
Hay una segunda oportunidad para asistir a la sesión, o al menos al pase de la película, el próximo domingo, 31 de marzo.
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