Al empezar “Antonio López. Apuntes del natural” (Nicolás Muñoz Avia, 2019, pasada hoy en el cine Verdi) se ve al pintor llegando con un ayudante hasta una polvorienta colina. Salen de la camioneta y se pone a pleno sol, con camiseta y pantalones ni cortos ni largos sino todo lo contrario, a instalar y pintar las telas de un enorme cuadro panorámico de esos suyos. Mira hacia el horizonte y, aunque la calima no le debe dejar ver demasiado, parece querer captar, para reproducirlo en la tela, el más mínimo detalle de las lejanas casas de la plana. Lanza entonces una explicación sobre las pinturas (¡sorpresa!) de Dalí, diciendo que lo que provoca esa extrañeza que roza lo fantástico en sus cuadros es que pinta cosas lejanísimas con la precisión de lo que se tiene al lado. En este sentido, dice, es el menos impresionista de los pintores.
De apuntes de éstos, junto a sus dudas sobre la propia obra, pero sobre todo de secuencias que muestran su idea fija sobre lo que quiere hacer, que nunca coincide, divertidamente, con lo que le proponen todos sus allegados, está lleno este documental que, a base de pinceladas por aquí y por allí, me da la impresión que trasmite un buen retrato sobre el artista.
Luego uno podrá estar más cercano a sus cuadros que a sus esculturas (como me pasa a mí) o a los cuadros de su primera época o a los últimos, pero eso es lo de menos. Lo importante es ver cómo, siempre que puede, quiere hacerlo todo él mismo (como en ese momento en que le coge una pulidora a un ayudante para rebajar unas rebabas de una estatua), cómo recuerda su infancia y juventud, el rodaje de “El sol del membrillo”, estas cosas.
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