Sí Mía Hansen-Løve, en su “Maya”, pese al constante tránsito para aquí y para allá de sus personajes, busca más bien la serenidad, su antigua pareja, Olivier Assayas, en su “Dobles vidas”, pre-estreno anoche en el Kosmópolis del CCCB, busca constantemente el dinamismo.
Hay en el film unas cuantas conversaciones de grupos, todos reunidos y concentrados en los butacones o sofás de una casa o incluso comiendo informalmente, no sentados en una mesa, sino siempre con el plato sobre las rodillas o a cuestas, en las que se oyen, soltadas por uno u otro, todas las posturas, los estereotipos, sobre el mundo de la edición (el libro frente al e-book, básicamente), pero también sobre otros temas de la actualidad “cultural”, como las mismas series televisivas. Assayas siempre ha estado interesado, según propia confesión, en no perder el contacto con la modernidad, en tener un pie en todo lo que se suscita en el mundo actual, y eso se ve en la atención a las polémicas suscitadas con esos temas, que te llegan a hacer pensar en un film “de mensaje”.
También ese supuesto “dinamismo” que quiere imprimir a esas escenas en las que se dice tanta cosa debe obedecer a esa querencia suya, pero la verdad es que, por ejemplo, ese rapidísimo cambio de plano de la frase de uno a la frase contraria de otro personaje, sin apenas dar tiempo de leer los correspondientes subtítulos, me da la impresión de que hace todo de una falsedad enorme. Al margen de que no suele darse una conversación con tanta densidad de frases definitorias, pues parece que todos hablen con frases de periódico, aportando todas las posturas, es bastante risible pensar como realista ese respeto de cada uno esperando que acabe su frase el que habla previamente para atropelladamente dar su opinión mediante otra frase lapidaria, pero siendo a su vez respetado su turno por los demás reunidos.
Es curioso, ahora que recuerdo, que las conversaciones esas sobre las disyuntivas en el mundo actual de la edición me han parecido que repetían todo lo oído previamente, en un coloquio que nos han endosado antes de dar paso a la película.
Los amantes cruzados, las dobles vidas del título, los equívocos que provocan las falsas identidades de la novela de “auto-ficción”, claramente esos abrazos del oso que recibe en la cama el personaje de Juliette Binoche,... Todo apunta a que nos encontramos, en realidad, ante una comedia. O, mejor, incluyendo todas esas disquisiciones sobre el presente y futuro del mundo de la edición, ante una farsa. Farsa que, pese a ello, a la que baja al campo de las relaciones personales, de los sentimientos o de la sinceridad sobre ellos, deja un cierto poso de tristeza.
Al final me ha parecido que, sin abandonar las situaciones de comedia, una localización idílica te llevaba a un final como el de “Las horas del verano” (2008). Parece bajar el tono directamente al de los sentimientos, ya un poco gastados, de los personajes y he visto, por un momento, la película que iba a ver.
En cualquier caso, qué placer acudir a la llamada de una película de Oliver Assayas, que sigue intentando un retrato de un mundo que, aunque se ve sofisticado y caricaturesco, entiendes tan cercano a tus intereses.
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