martes, 18 de septiembre de 2018

Rodin


Auguste Rodin está en plena pasión amorosa con Camille Claudel. Palpa su espalda, pasando desordenadamente a hacer lo propio con sus brazos, con todo su cuerpo. Hay un corte y en la escena siguiente le vemos palpando ya no el cuerpo de Camille, sino la corteza de un árbol. Ésta escena de por el principio de "Rodin" (Jacques Doillon, 2017) me ha hecho elevarme en el asiento y prometérmelas feliz en la sala del Renoir, a cuya segunda sesión acudimos ayer un total de cuatro espectadores. Me he empezado entonces a fijar la forma en que rodó las escenas del estudio del escultor, amplia mayoría de las de la sesión. La cámara sigue al personaje de un lado hacia otro, dando continuas vueltas, con lo que no puede decirse que se trate en ningún momento de un ejercicio estático, calificativo que dice Filmaffinity le adjudicó Boyero.
Ahora me sabe mal haber cancelado (cuando salió su hermana pequeña española, para pasarla a ésta) mi suscripción de "Cahiers du Cinéma". De no haberlo hecho habría ido a mirar en la entrevista de su pase por Cannes o de su estreno, que seguro publicarían, por qué razones Jacques Doillon había cogido este tema para su última película, pues sigue siendo un misterio para mí, que hago al director proclive a otro tipo de cosas.
Como Pialat, otro de su generación, sigue aquí estructurando su película a base de escenas "lagunares", no engarzadas una con otra, sólo precedidas, en este caso, por un breve enunciado o nombre escrito sobre un dibujo que hace de rótulo. Para el buen resultado final de la experiencia, y dadas las características de esa estructura, yo habría eliminado en el montaje final, aligerando el conjunto, una buena serie de esas escenas. Las elipsis habrían sido algo más difíciles de rellenar mentalmente por el espectador, pero la idea general (esa de la fuerza animal y la obsesión del escultor, muy bien servida por un extraordinario Vincent Lindon) se seguiría captando, y un cierto cansancio que al menos a mí me ha entrado con ese recorrido de dos horas (¿por qué este continuo interés en películas largas?) habría desaparecido.
Como Vincent Lindon convierte a Rodin (de la misma forma que hace éste con la estatua de Balzac) en un gigante, muchos de los artistas contemporáneos con los que se codea y aparecen en la película (Cezanne, Rilke,...) resultan bastante poca cosa, si no ridículos. Por aquí dejo, pues, alguna pista sobre qué escenas podrían ser eliminadas las primeras.

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