Chloé y Frédéric en un café. Él, sorprendido, le dice que está siempre deseando verla, que le cuenta a ella cosas que no explica a nadie más. |
En 1972 hasta Bill Evans entró de lleno en la música electrónica. Grabó un LP con la Orquesta de George Russell y tocó, en vez del piano, unos teclados enchufados a la corriente. He pensado en ello viendo los títulos de crédito de “L’amour l’après-midi” (Eric Rohmer, 1972, en Filmin) con una música electrónica, en este caso dispersa, de Arie Dzierlatka, la única, creo, que suena en toda la película. Ahora miro y efectivamente las dos cosas, disco y película, son tan de la misma época que hasta coinciden en el mismo año.
En una época que hasta Bill Evans se vio arrastrado a ese cambio (que, por suerte, no duró demasiado, porque ese disco me gusta, pero otros en que toca otro tipo de teclados mejor olvidarlos y dar gracias a que volviera al piano), que Rohmer ponía música contemporánea en los títulos de su película, que todo el mundo del medio era tan progre, ¿como no se le echaban encima con los planteamientos, tan reaccionarios, contrarios al momento, se sus Cuentos Morales? La ridícula espantá de Frédéric dejando a Chloé en su apartamento y regresando a los brazos de su mujer es, en estas circunstancias y ambiente, llamativa.
Reflexión al margen, he disfrutado de lo lindo visitando después de mucho tiempo esta película que siempre he considerado come aparte. Sobre todo con su prólogo, lleno de elementos Nouvelle Vague. En él vemos, sorprendentemente, a un personaje femenino mirando a cámara, una voz en off -correspondiente a los pensamientos del protagonista- que va exponiendo y organizando todo el relato, frecuentación y encuentros en la calle y los cafés e incluso (aunque con un sentido totalmente diferente, porque Bernard explica que no desea conquistar a ninguna), un panegírico sobre las mujeres y el elemento benefactor de su belleza que bien podría corresponder al Bertrand de “L’homme qui aimait les femmes”.
En las dos partes posteriores alguno de estos elementos se mantienen, pero lo que priman son esas continuas conversaciones con pensamientos sobre todos los aspectos de la vida, mientras el dilema va trenzando su presentación como corresponde a todos los cuentos morales.
Una vez vista, algo de añoranza: Lo bien que estaba eso de quedar para ir a ver el Rohmer de la temporada...
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