sábado, 24 de marzo de 2018

La peau douce

En su presentación de "La peau douce" (1964), la última película del ciclo Truffaut que han programado los Cines Méliès, Carles Balagué señaló anoche que había rodado un adulterio como si se tratase de un documental. Así, de buen principio, me pareció raro, pero pasado un buen tramo de la película me dije que sí, que de alguna forma Truffaut había registrado el ABC de lo que es un adulterio. Todo empieza por unas miradas fugaces, luego sigue por un flirt circunstancial, luego entra en una relación con escapadas que obligan a la mentira continua, etc.
También aventuró que, más que sus películas basadas en novelas de Cornell Woolrich ("La novia vestía de negro", "La sirena del Mississippi"), era en esta "La peau douce" en la que se podía apreciar mejor la influencia de Hitchcock, sumergido como estaba en la preparación de su famoso libro de entrevistas con el director americano. Quizás refrendando esto, nada más empezar hay toda una larga escena regida por el suspense de saber si el protagonista llegará a tiempo al aeropuerto, a donde se dirige para tomar un vuelo con dirección Lisboa. También, en varios momentos del film, Georges Delerue compone una música ad-hoc para, por ejemplo, acompañar escenas con el teléfono intentando el protagonista lograr una comunicación que se sabe ya imposible.
Hay varios motivos por los que recordar el film, y uno de ellos es, con toda rotundidad, la presencia en él, desbordante, de Françoise Dorleac. Es ella la que llama la atención de un Jean Desailly todo él tipo hortaliza (a saber qué ha visto el personaje de Françoise en él), sólo infundado de la aureola -hoy en día impensable- de autor y conferenciante cultural famoso, con uno de los planos buñuelianos de la sesión: Los pies de la azafata, cambiándose de zapatos detrás de la cortina que separa el cubículo de la tripulación de los pasajeros de primera clase. Más adelante, con él acariciando y desnudándole a ella dormida, la referencia inmediata es la de Don Lope haciendo otro tanto con Viridiana".
Pero hay, como digo, también otros motivos para estimar en lo que vale a esta película. Desde ese cruel pero certero y muy divertido retrato de las fuerzas vivas culturales de la provincia a esas obsesiones de Truffaut por determinados gestos que hace repetir una y otra vez a sus actores, pasando por esa constante de hacer aparecer a un acosador, que aumenta -¡y de qué forma!- la tensión. Pero los principales motivos son ofrecidos por la estudiada puesta en escena. En este capítulo entran diferentes velocidades de ascensor según sea el estado del deseo del ocupante, cámara lenta para ofrecer un mayor aspecto onírico a la escena, fotogramas congelados (aquí también) para efectuar algún tipo de subrayado, mamparas o cristales separadores, insertos de acciones en principio anodinas (esa primera comida en el restaurante de un solitario Pierre Lachenay) para dar pie a entender y creer de forma inmediata la escena dramática que culmina el film o ese mismo dar un nombre de origen italiano a la mujer del adúltero para hacer, de ese modo, más creíble el desenlace.
"La peau douce" es una de esas películas entonces frecuentes, ideadas a partir de la lectura de una nota de sucesos. Ya no tienen los sucesos perdidos en una pequeña nota por el periódico muchos lectores, como ya no se hacen películas -y menos como ésta- a partir de ellos.

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