lunes, 19 de marzo de 2018

La muchacha de Moscú

"La historia de una chica atea llevada a la cumbre de la fe gracias al amor". Con esta frase siguiendo al título poco bueno puede esperarse de una película como "La muchacha de Moscú" ("Sancta Maria", 1942), la segunda película realizada por Edgar Neville en la Italia fascista. Pero cosas más raras se han visto...
La tenía grabada desde hacía mucho tiempo del programa ese de "La historia de nuestro cine" y me daba un palo horrible ponerme a verla, siempre aplazando entonces su visión. Pero anoche me dispuse a verla... y la verdad es que me lo pasé bastante bien. Seguramente fue así por la frescura de una Conchita Montes haciendo de chica desinhibida, que no da ninguna importancia a cosas que otras se cuidarían mucho de hacer, como ir recibiendo acalorados besos por ahí. La razón no es otra sino que se trata de una rusa, comunista y profundamente atea. Y ahí está el meollo de la cuestión, enfrentado su carácter a la bonhomía, casi altruista, del geólogo interpretado por Amadeo Nazzari, en plan galán desatado, por el que queda tan colada como él con ella, aunque siempre va diciéndole que va a seguir su camino.
Nada mas pasar los títulos de crédito con la frase primero destacada surgen, antes de aparecer los grandes decorados, unas imágenes de un lujoso barco de pasajeros cruzando los mares, y uno ya se da cuenta, como luego con las sobreimpresiones de la pareja sobre las bellezas turísticas de Nápoles o el encadenado de imágenes de los intentos de telegrafiar desde el mismo barco, de que no puede considerarse en absoluto a Neville como un director con escasos recursos, sino todo lo contrario, tanto por los recursos económicos de esta producción como por su propia capacidad.
Todo sucede con una celeridad pasmosa, giro estilístico tras giro, lo que es sin duda otro de los motivos de lo llevadero de la sesión. A la vida alocada, la dolce vita, del crucero le siguen los fustes de un film romántico a lo Buñuel cuando éste se ponía de esa guisa, para luego, previamente a la redención final con la música celebrando el triunfo de la Virgen sobre el ateísmo, girar a los moldes de un dramón de padre y muy señor mío, que apenas si tiene tiempo de fructificar, porque el milagro actúa ipso-facto.
Nada: Que hoy en día resulta muy curiosa.

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