viernes, 9 de febrero de 2018

Pechos eternos


Ayer asistí a la proyección de la penúltima película del ciclo "Fantasmagorías del deseo" de La Casa de la Paraula, que ha ido aportando una variedad muy interesante a la programación actual de la Filmoteca. Una oportunidad para ver "Pechos eternos" (1955), una película de Kinuyo Tanaka, actriz fetiche de Mizoguchi que también trabajó con los grandes del cine japonés y segunda directora cronológicamente en la filmografía de ese país. Se trata de un intenso melodrama sobre una mujer (mal)casada que, cuando se divorcia de su marido, sin posibilidades con el gran amor de su vida, enferma de cáncer.
Tanaka demuestra a lo largo del film un enorme dominio de, entre otras cosas, el cuadro, como indica la forma de ir colocando y haciendo evolucionar a sus personajes en los planos de exteriores. En los decorados de estudio e interiores, también muy estudiados, sorprende el ver cómo sitúa la cámara incluso más baja que lo hacía Ozu, otro de los realizadores que la dirigieron. Ya se sabe lo que se decía de que la cámara en los films de Ozu tenía simplemente su visor a la altura de su ojo estando sentado en el tatami. Habría quizás que informarse de la altura relativa de Kinuyo Tanaka. También es conocida la respuesta que dio en una ocasión Chantal Akerman a la pregunta sobre la peculiar posición de cámara en sus primeras películas, informando simplemente que ella era bajita.
De la idílica vida campestre, enturbiada por un marido fracasado en el trabajo que las paga con ella, pasamos a asentar el hecho de un amor imposible, para luego dar un giro trama y carácter de la película (fotografía y música) en cuanto le golpea la enfermedad y debe ingresar en un hospital.
Hay un momento muy interesante en el film, que marca un giro hacia la maldad y hasta crueldad de quien había sido de una inocencia y sumisión increíble. Ella se da un baño, mostrado, como muy bien nos ha hecho ver Mireia Iniesta -que presentó y comentó la sesión- con los mismos planos con los que anteriormente Tanaka nos había mostrado (sin que entonces supiéramos muy bien la razón) el baño del hombre que es el gran amor de su vida. Como salvador Foraster ha puntualizado, ella hace el amor con él vía la -única- bañera.
Por lo demás, el film viene a ser un relato sobre el peculiar proceso de creación de una poetisa que realmente existió y sus circunstancias biográficas, y eso da pie también para que nos sorprendamos un poco con las características de la sociedad nipona. Ella participa periódicamente en un "club de poetas", por ejemplo, cuyos miembros se dan fuerzas unos a otros para componer y dar a conocer sus obras en una publicación. Estando ya muy enferma, los poetas de ambos sexos celebran una cena y beben tanques de cerveza en su honor.
No sé si era ya posible en los melodramas de la época, pero la película sigue el duro proceso de la enfermedad y, como tal, acaba, inexorablemente, mal, con una escena, además, tremebunda, filmada a base de travelling, sombras, grito y reja. Sólo, eso sí, añade un poético epílogo.
Si las otras películas de Kinuyo Kanaka están a la altura de ésta, está claro que tenemos otro nombre a sumar al de los grandes directores del cine japonés. Aunque la leyenda nos explique que Mizoguchi intentara evitarlo y, por lo menos, lograra retrasarlo lo más posible.


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