lunes, 5 de febrero de 2018

Cuando caiga la noche


La primera consigna: Ir y grabarlo todo.
Un superviviente lo explica, mientras se ven imágenes difícilmente comprensibles. Son los últimos días de la II guerra mundial y las tropas aliadas se ven sorprendidas por unos comisionados alemanes que, bajo bandera blanca, les vienen a comunicar algo insólito. Les explican que están a punto de llegar a una zona donde está concentrada mucha población enferma de tifus y que les conviene no pasar por ahí, so pena de ser contagiados y diezmar el ejército. Sorprendentemente, según explica el antiguo militar, les hacen caso y retroceden, para pasar por otro lado. Es más, ven a sus enemigos, las tropas alemanas, que rodean la carretera por la que pasan, sin que haya intercambio de tiros. Sólo de miradas.
La primera consigna: Ir y grabarlo todo.
Poco después, sin embargo, tiene lugar el primer encontronazo directo. Los británicos entran y descubren en su avance el campo de Bergen-Belsen y no pueden dar crédito a lo que ven sus ojos. Cientos de cadáveres de famélicos ex-prisioneros permanecen apilados por aquí y por allí, mientras que otros esqueléticos hombres con extraños pijamas de rayas les contemplan, los ojos bien hundidos en sus órbitas. Comunican el hecho a sus mandos en Inglaterra, quienes no se sorprenden, porque les habían llegado informes sobre ello.
La gran fosa de Berger-Belens.
Envían, para filmar todo eso, a un equipo profesional dirigido por Sídney Berstein, que cuenta con gente experimentada como el mismo Alfredo Hitchcock. A su llegada, ruedan escenas que ya no podrán quitarse nunca de la cabeza. Abren una enorme fosa, donde acumulan todos los cadáveres, transportados a cuestas, como hacen los repartidores de carne llevando sus piezas del camión a las carnicerías. En varios sitios, hacen que sean los propios guardianes -y guardianas: esas temibles y crueles matronas- las que, enfrentándose a su obra, hagan el trabajo. Lo filman todo. Quieren hacer un film para dar a conocer a la humanidad esa enorme atrocidad para que no se repita nunca más.
Las matronas alemanas, obligadas a trabajar con "el material" que ellas mismas produjeron.
Pero esa película no se acaba de montar y exhibir nunca. Los mandos han cambiado de política. Creen que los alemanes pueden ser unos futuros aliados frente a la URSS y creen que conviene no machacarlos demasiado haciéndoles ver estas cosas. Las bobinas con la película grabada se almacenan. No es hasta 2014 cuando un equipo del Imperial War Museum efectúa su montaje y presenta las imágenes dentro del documental "Cuando caiga la noche" (André Singer, 2014), que el otro día se pasó -ya lo había hecho antes- en La 2, para conmemorar el 73 aniversario de la liberación del campo de Auschwitz.
La población alemana conducida hasta el cercano campo de exterminio, para que no pudieran decir que no sabían nada de eso y no creérselo. Aún dura el efecto de ello.
No ha sido fácil la visión de cosas como esas. "Nuit y bruillard" (Alain Resnais, 1956) fue quizás la primera película que mostró imágenes similares. Ni que decir tiene que no pudo verse en España, donde hacer una sesión como la que hicimos en el Cine Club Ingenieros en los primeros años 70, con la proyección de esa película y otro documental similar, presentados por Joan Pagés, el que fuera jefe comunista de la resistencia en Mauthausen, no podía ser más que mediante un acto semiclandestino.
En la segunda mitad de los 70 Montserrat Roig publicó su "Els catalans en les camps nazis", y pudo ya irse viendo más normalmente que la dimensión de esa barbarie abarcaba incluso más que al exterminio del pueblo judío.

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