sábado, 3 de diciembre de 2016

Le garçu

Gerard y Sylvie.

Que a estas alturas te lleves una sorpresa tan estupenda viendo la última película de Maurice Pialat, “Le Garçu”, que cierra la filmografía de este inimitable director de cine del que L’Arternativa y la Filmoteca han tenido la buena idea de ofrecer una retrospectiva, es de lo más emocionante y revitalizador.
Los desórdenes amorosos tras la separación.

Me dicen que no se estrenó en su día. No sé si fue por eso, el caso es que no la vi cuando tocaba. Yo creo que fue porque era una película con niño, y no fue recibida precisamente con halagos. Película extraña, llena de cambios, bastante desconcertante, en ocasiones con aspecto descuidado, como el de ese cine serie B que a toda velocidad, atropelladamente, se hacía en los 70 y 80 en Francia o Italia, sorprende de improviso con un plano muy cuidado, que rompe totalmente la estética anterior, y te ofrece un abrazo o miradas sentidas de la pareja, por ejemplo, transmitiéndote emoción y profundidad de las buenas.
Las visitas a ver al niño a la casa de su ex. O simplemente a ella, aunque luego termine siendo a él.

El documental sobre Pialat que se proyectó en el ciclo contenía una entrevista en la que el director respondía que no haría cine si tuviera el suficiente dinero para vivir bien. Puedes llegar a creerlo, pero entonces ves esta última película suya, en la que está concentrado todo, y te dices que es imposible. Que Maurice Pialat es (era) una de esas extrañas personas que hacía cine por necesidad, y que además tiene la delicadeza de hacerlo sin darle importancia, sin hacer notar demasiado que se está vaciando en cada cosa que aporta al film, y por si fuera poco haciéndote reir de lo lindo con ellas, viendo qué bien reflejan aspectos que, de una forma u otra, has vivido...
Hasta visitas a horas intempestivas llevando un regalo a Antoine.
Compuesta, como es costumbre en él, a base de escenas independientes, a veces con cortes bruscos entre ellas, que fuerzan al espectador a recomponer lo que ha podido pasar por el medio a los personajes, contiene, a modo de recapitulación, casi todo lo que caracteriza tan bien a sus películas anteriores. Aquí también tenemos esos momentos con altibajos entre las parejas, y a una situación explosiva que parece indicar que la relación ya se ha roto irremediablemente le sigue un enternecedor acercamiento que te deja tocado. Como también tenemos escenas a recordar riendo por lo que tienen de cosa vivida (diálogo nocturno sobre los ronquidos, por ejemplo), o el habitual repliegue al pueblo de la infancia, yendo en esta ocasión a visitar el personaje de Depardieu a su padre, que se está muriendo. Con una escena que saldrá por derecho propio en forma de pequeño relato de esos de La Charca Literaria, porque “casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine”.
¡Ah! Y claro: Gerard Depardieu es el alter ego de Pialat, su mujer en la ficción se llama Sylvie (como la mujer de Pialat, aquí guionista), su hijo el pequeño Antoine (¡qué rápido pasa el tiempo!, dice Depardieu mirando y acariciando sus dibujos colgados en la nevera) es Antoine Pialat, hijo en la vida real de la pareja, y una mujer que aparece en el momento de desorden amoroso tras la separación está interpretada por Elisabeth Depardieu, mujer entonces del actor. Todo un totum revolutum. No creo equivocarme demasiado si digo que el pequeño restaurante de esa pareja “en el que se come bien” debe ser el regentado por ellos mismos y al que acudía frecuentemente Maurice Pialat en esa época. Porque habiendo pasado unos veinte años es imposible que siga igual, porque si no, ya tiene otro parroquiano.
La vuelven a pasar el miércoles 7 de diciembre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario