miércoles, 28 de diciembre de 2016

El viento sabe que vuelvo a casa




Miguel Martín Maestro nos facilitó el pack completo. Primero alertando de la existencia del Festival Márgenes, del que se pueden ver on line gratuitamente sus películas en su página web hasta el 31 de diciembre, y recomendando especialmente las de Torres Leiva. Ayer mismo colgando su crítica de “El viento sabe que vuelvo a casa” (José Luis Torres Leiva, 2016) en su blog “Nos hacemos un cine”, avisando que para él era esa una de las mejores que había visto en lo que va de año.

Miguel está viendo cine continuamente, por lo que en este 2016 se habrá tragado un montón ingente de películas, pero yo, que sólo he picoteado alguna por aquí y por allá, tras verla anoche no le discutiré en absoluto su apreciación porque, a mi escala, también me pareció de lo más destacable del año.

En seguida se atrapa “de qué va” la película. Ignacio Agüero es en ella –y en la realidad- un documentalista que llega en un transbordador a las islas chilenas de Achao y Meulín para preparar un film que recoja mínimamente una historia legendaria (dos amantes que encuentran la oposición de sus respectivas familias y desaparecen), una historia que puede hablar de la tradicional segregación entre las familias blancas y la población mapuche. Emprende un delicioso casting a colegialas que se explican muy bien ante la cámara, o cantan, o bailan. Recorre la isla de Meulín de arriba abajo, interesándose por todo, preguntando a todo el mundo en sus casas o en medio de unos bellos y solitarios paisajes. Un recorrido que, a la chita callando, te va informando una barbaridad sobre el tema de base (hay ahora matrimonios mixtos, pero son los menos), sobre la forma de vida del lugar (que te hace sentir) y la evolución de toda una sociedad. Es una impostura (vamos viendo a Agüero como si estuviéramos allí, y él no lo hiciera todo para la cámara y sonidistas, a los que olvidamos), pero a la vez no se oculta sino que se muestra abiertamente, de forma divertida, lo que el montaje tiene de impostado (magnífica esa vieja que riendo se refiere, seguramente, a los técnicos y micrófonos que le han escuchado y registrado todo lo que ha dicho).

Agüero vuelve a irse en el transbordador que le trajo a la isla. En su estructura circular, descubriendo emocionado entre su llegada y partida todo lo que una isla y sus gentes puede deparar, la película me ha recordado la frescura de la también grande “É na Terra não é na Lua” (Gonçalo Tocha, 2011).

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