lunes, 5 de diciembre de 2016

Historia de una pasión


Una escena de “Historia de una pasión” (“A quiet passion”, Terence Davies, 2016), que por fin he ido a ver hoy, me ha hecho espabilar y acercarme por un momento a la película: Emily Dickinson está en el salón de la casa, que ha quedado atrapado por una luz crepuscular. La cámara la encuadra a ella frontalmente, para efectuar a continuación una oscilante panorámica de 360º que pasa por toda su familia, mientras se oye únicamente el ruido ritmado y sordo del secundero del reloj, que al poco tiempo canta estrepitosamente las horas. Hemos ido viendo en el recorrido que -todos callados- su hermana lee, su hermano dormita, su madre tiene la vista fija en no se sabe qué. Cuando llegamos de nuevo a tener a Emily frente a la cámara le notamos una mueca y gestos de desasosiego, quizás por el tiempo que se escurre. Me ha recordado el sonido constante del reloj en casa de mi abuela, que acentuaba el silencio que reinaba en ese piso de techos tan altos, quizá también alguna velada, siendo crío, junto a una chimenea, y toda otra serie de sensaciones por el estilo.
La escena tiene lugar por el principio de la película, aún con Emily interpretada por la joven Emma Bell, y justo antes de la elipsis de los retratos fotográficos que nos transportará a la poetisa ya interpretada por Cynthia Nixon.
Tras eso, llegarán una serie de escenas que, al menos a mí, me han hecho preguntarme el por qué de actores tan mayores (no sólo ella: también el que hace de su hermano) para acciones de unos personajes aún muy jóvenes, cosa que le otorga un aire algo patético a la cosa. Viendo como se desarrolla el resto de la función ya he visto finalmente que el patetismo no podía resultar en absoluto ajeno a la sesión.

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